Sigue yendo bien

La lucha agónica en 'Juego de tronos' se libra entre la tentación de un final oscuro y el final feliz de la épica clásica

En plena vorágine postelectoral, me preocupo por Juego de tronos, alistado en mi obsesión de que la saga sea fiel a las reglas de hierro y oro de la épica. Esto es, que decante la bondad y la nobleza de sus personajes principales, por mucha fama de retorcidos que los guionistas se hayan ganado a pulso. En esta semana en la que la realidad vino con tan malas ideas, el capítulo, sin embargo, ha cumplido.

(Supongo que casi una semana después de que se emitiese el capítulo 3 lo de los spoilers es como los caminantes blancos: no queda ni uno vivo. Pero, por si acaso, aviso: voy a comentar lo que ha pasado.)

La mejor noticia para el amante de la épica es que nos dejamos de zombis por fin. No han dejado uno vivo. Ya podemos centrarnos en la lucha por el poder en Poniente. Los zombis daban la impresión de que se nos habían colado de Halloween. Servían para justificar ese pequeño resto de Israel que era la Guardia de la Noche, pero poco más. Ea, ya pasaron. Descansen en paz.

La decisión de renunciar a ellos antes del final esconde una metáfora política. El verdadero riesgo está siempre en el interior de una sociedad. Los enemigos exteriores sólo pueden destruirla si previamente la comunidad ha perdido la cohesión o la fe en sí misma. Los guionistas de Juego de tronos nos han subrayado esa verdad básica de primero de política.

Aunque todo el capítulo fue oscuro, caótico y estratégicamente cuestionable, su momento cumbre nos dejó una deslumbrante lección táctica. Arya puede finiquitar al Rey de la Noche porque sabe soltar su puñal en un gesto desvaído de casi rendición… para cogerlo al vuelo con la otra mano e hincar hondo el golpe definitivo. En resumen, hay que tener cierta flexibilidad para cambiar, sobre la marcha, si no de caballo, sí de mano. No lo refiero a nada en concreto, sino a un hábito de agilidad ambidiestra imprescindible. Saber pasar de la refriega política a la batalla cultural sería un buen ejemplo.

Encima les quedó, por si todo pareciese superficial, un capítulo muy providencialista. Varios personajes tienen el privilegio de comprender que sus vidas tenían sentido, que todo lo que les pasó anteriormente, todo, los dirigía a un acto heroico o a un sacrificio fundamental. Reconozcamos que, por mucha oscuridad que le echen los realizadores, esto es luminoso. Por detalles así, para mi interés en que la épica se salve de la escabechina, seguimos yendo bien.

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