Tengo para mí que la bronca por el veto parental (los defensores de las tradiciones patrias prefieren extrañamente llamarle 'pin', usando un barbarismo) no es más que otra manifestación de una rancia y milenariamente dañina fobia a la sexualidad o, más bien, a su expresión clara y sin culpabilidades.

Los adalides de la Reconquista no han levantado su voz, o al menos no al volumen suficiente para que se les oiga, contra el hecho de que los niños de hoy se vean expuestos y animados a ser redomados y compulsivos consumidores de todo tipo de bienes materiales, seguidores de 'influencers' sin conciencia (porque no tienen la edad para haberla adquirido), constantes receptores de regalos y agasajos, protagonistas de los ritos de iniciación que son indefectiblemente el viaje a Eurodisney y las decenas de fiestas infantiles, las primeras comuniones de lujo y, he aquí un asunto clave, la posesión de un móvil con acceso a internet, que eso sí que es soltar a Caperucita directamente en los brazos del lobo sin pasar por el bosque. Los guerreros del antifaz se dicen muy preocupados por los "juegos eróticos" que supuestamente enseñan a sus niños en los perversos colegios públicos unos retorcidos docentes, y aún no se les ha oído una palabra sobre las numerosas denuncias y casos probados de abusos en escuelas y centros confesionales, reconocidos y lamentados incluso desde el propio Vaticano.

Cuánto habrían agradecido esos menores unos cursos que les hubieran dado conocimientos y herramientas para saber distinguir entre una mano amiga y otra demasiado larga. De nuevo, o como siempre, en el fondo de todo esto aparece la consideración del sexo como algo sucio, y no como el regalo inmenso de la Naturaleza (ellos dirían que Dios, lo que puede ser incluso cierto), como una de las pocas riquezas que nos han tocado a todos sin tener en cuenta nuestro origen y clase social. Parecería que se puede exponer a los niños a los peligros de la competitividad insana que provoca víctimas, a la abundancia, a la exigencia de derechos sin enseñanza de deberes… pero que fuera necesario hurtarles el conocimiento maravilloso de la reclamación del sexo en libertad, sin imposiciones, sin exigencias y sin culpas. Como aquella censura antigua que suprimía los besos en las películas y dejaba los puñetazos y los asesinatos. Esta libertad, tutelada por quienes están preparados para ello, es posiblemente una idea inaceptable para quienes consideran acertada la expulsión del Paraíso, e incluso una y otra vez condenarían a Eva por querer adquirir como humana la ciencia del bien y del mal.

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