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La cornucopia

Gonzalo Figueroa

Serbia española

HACE muchos años, visitando la ciudad de Viena, fui a cenar a un acogedor restaurante de barrio. Pero fracasé al enfrentar mi pobrísimo alemán con el indescifrable menú, manuscrito en gótico arcaico. Y cuando la desgarbada y amable camarera, en un germano aprendido, se apostó a un costado para recibir mi orden, le pregunté si hablaba inglés. El "nein" unido a un exagerado movimiento pendular de cabeza fue suficiente. Decidí desempolvar mi francés por si lo parlaba. Y el "nein, nein" fue reiterado. Iluso de mí, le indagué lo mismo en español, y su negativa se acompañó con risas ante lo insólito de mi optimismo. Entonces ella, después de una breve meditación, me preguntó: "Do you speak Serb-Croatian?" Ante mi desolación, me tuve que contentar con la infaltable Wiener Schnitzel y fue la auténtica escalopa vienesa mi único alimento en esa y restantes oportunidades en que volví al local.

El ejemplo viene bordado para comentar con humildad el resultado de las elecciones serbias de hace un par de días, coronadas por el éxito del pro europeo Boris Tadic, lo que ha supuesto la derrota del nacionalista radical Tomislav Nikolic. Porque, si bien he seguido con mucho interés y no poco sobresalto la desmembración de la antigua Yugoslavia de Milosevic, desconozco las profundas esencias de esa región eslava.

Por lo que nos cuenta Ramón Lobo en El País, no han pesado en la opinión de la mayoría ni el conflicto de Kosovo ni las agoreras profecías de Nikolic ("Sin mí, Serbia no tiene futuro. Es un país en declive, inundado de promesas incumplidasý") para impedir el triunfo del europeísta Tadic ("Esto es un referéndum. Estoy seguro que elegimos el camino de Europa... este país quiere algo mejor que regresar al aislamiento").

Y lo explica gráficamente Ceda Jovanovic, líder del partido Liberal Democrático, que define a Serbia como "un país encerrado en una habitación cerrada en la que nadie abre las ventanas ni las puertas desde 1989."

No sé si Mariano Rajoy, con su flamante y machista lugarteniente Manuel Pizarro, vigilan lo ocurrido en Belgrado. Pero, manteniendo las distancias y profundas diferencias con nuestra realidad, deberían aprender de la elección serbia y reconocer que mientras España audaz se moderniza y evoluciona, incorporada plenamente a la Europa actual, llevan a su Partido Popular, con el rancio apoyo de unos prelados católicos integristas, por la senda del catastrofismo y el encierro. ¿Nos querrán condenar a la escalopa perpetua?

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