Nos pasamos la vida hablando de los separatistas catalanes. Son más inteligentes que los vascos. Dicen sentirse superiores al resto y que su único afán es acumular más poder en base a ello. Por ahora les ha ido de lujo, en connivencia con los sucesivos gobiernos de Madrid. Lo más grave es que el Estado no encontrará jamás la fórmula para saciar su sed independentista. Los comparamos con los separatistas de Córcega y Canadá. Pero en esta provincia, salvando las distancias, también sufrimos problemas identitarios que lastran su potencial. Igual que la unidad y el progreso del Estado se ven amenazado bajo el lema 'España nos roba', esta provincia no exhibe su fortaleza porque cada municipio vive de espaldas al resto. En lugar de aunar esfuerzos, Cádiz se resigna al contemplar cómo sus pueblos se birlan los proyectos entre ellos como si no hubiese un mañana. Aún se recuerda cuando Algeciras reclamó al Gobierno una consulta sobre la novena provincia. Se consideraba tan agraviada respecto a Cádiz, que sus ciudadanos aplaudieron un discurso tan separatista como populista.

Ninguna otra ciudad gaditana ha llegado tan lejos, pero en esta provincia son más noticia los localismos catetos que las estrategias conjuntas, como si cada municipio respondiera a las preguntas que nadie le formula, sin atender a las cuestiones que sí les atañen. Los puertos de Cádiz y Algeciras buscan antes alianzas en Shangai que entre ellos. Y no es casualidad: muchas ciudades de Cádiz se dan los buenos días casi por casualidad, como lo hacen los desconocidos. No pocos gaditanos, de hecho, se manejan mejor por las capitales europeas que en su entorno. Con ello, no es de extrañar que dos parejas que visitaron las playas de Cádiz por primera vez el fin de semana pasado, quedaran encantados de la vida después de echar un día de lujo. No conocían sus infinitas posibilidades. Y acostumbrados a las estrecheces de otros arenales, lo primero que llamó su atención fue la amplitud desde Cortadura a La Victoria. Con sus gestos de aprobación parecían suecos.

Como si les separase un mundo de la Trimilenaria, miles de jerezanos optan por cualquier otra playa -preferentemente las de la Costa Noroeste- y rara vez pisan La Caleta. Es más, no conocen el Oratorio y se despistarían para llegar al Reina Sofía desde el Mentidero. Al contrario, ocurre algo parecido. Los gaditanos a lo sumo conocen de Jerez la Feria de mayo, pero la mayoría se vería en apuros para no perderse en su casco antiguo. Es más, para muchos de ellos, el Festival de Jerez y las zambombas son como el Carnaval para los jerezanos, que sobre todo lo viven por televisión. La mayoría ignora al vecino y es imposible querer lo que se desconoce. Si las grandes ciudades de Cádiz fuesen todas a una, empezando por su clase dirigente, esta provincia ocuparía el lugar que corresponde a su envidiable localización. Conscientes de ello, los empresarios de la provincia han convocado a varios expertos para diseñar un plan estratégico. Habría que empezar por lo más sencillo. Si el Ayuntamiento de Jerez, por citar un caso, ocupara cuatro días el palacio de congresos para vender su destino, seguro que se acercarían ambas ciudades. Y muchos jerezanos se sentirían atraídos por visitar a su vecina, si Cádiz ofreciera sus encantos en Jerez. Parece elemental, pero en esta provincia somos más dados a hermanarnos con ciudades a miles de kilómetros antes que con el vecino. Aquí está visto que es mucho más complicado unir que separar.

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