Los vaivenes que está ofreciendo este año el Cádiz están dejando un regusto extraño en los aficionados. Tan pronto gana con claridad, como que tira por la borda un partido con un pésimo primer tiempo, que regala al contrario una alineación perdedora o que es capaz de casi remontar un resultado adverso ofreciendo un buen fútbol y dejando la sensación de que se ha acertado, y mucho, con los fichajes de invierno, y de que podría haber madera para aspirar a metas mayores, aunque también da la impresión de que van a faltar jornadas para hacerlo. Son, pues, sensaciones encontradas, raras.

Una de estas sensaciones dicta que en Córdoba se dejó escapar la gran oportunidad de engancharse al tren de los mejores, colocándose a seis puntos del tercero, y de enganchar, de paso, a la afición, a la que se le podría haber lanzado un mensaje de lujo para el partido contra el Castellón: Carranza debe ser una olla a presión para superar a un posible rival directo en una jornada, además, en la que los otros partidos pueden situar al equipo a tres puntos del ascenso y depender así de sí mismo para alcanzar el objetivo.

Pero todo esto, después del empate con los califas, es ciencia ficción. Y todo, creo, porque hay un guión que el Cádiz repite en exceso esta temporada, que es el de salir al campo dejando casi toda la iniciativa al equipo contrario, un respeto excesivo que sólo se rompió en el partido contra el Xerez, cuando se salió con un impulso y unas ganas de mando que permitieron encarrilar con comodidad el choque. Vale que se extremen precauciones contra el Numancia o el Celta, contra quien la jugada no salió precisamente mal, pero no contra equipos a los que un solo gol en contra les puede convertir en un flan sin caramelo.

Sensaciones encontradas, raras, como las que dejan la impresión de que Barla ha fichado con acierto a tres jugadores que son muy distintos a los que había en la plantilla. ¿Habrá tiempo? Quizás con más ambición.