Chiclana reciente

Joaquín / Muriano

Santa Ana

Siempre me pasa lo mismo los primeros días del año nuevo. Cuando tengo que escribir o decir la fecha, el año, siempre nombro el anterior. En este caso, el 2013. Y es que, cuesta trabajo aceptar que estamos ya en el catorce... que parece mentira cómo corre esto. Hace poco tiempo, decía Alfonso Guerra que la vida es larga pero rápida. Larga, porque verdaderamente da tiempo de hacer, sentir y vivir muchas cosas, buenas y malas; larga, pero pasa rápidamente.

A diferencia de lo que les ocurre a las personas, para las ciudades, el tiempo se ralentiza, va más despacio. Las ciudades envejecen lentamente; no como nosotros, que nos ponemos melancólicos con los años nuevos. Dentro de una misma ciudad, hay zonas y edificios que se ven más afectados por el cambio de almanaques, y otros en cambio, parecen intemporales, eternos.

La ermita de Santa Ana fue construida entre los años 1772 y 1774; antes había allí un molino de viento. Entonces, hubo que pedirle permiso a los militares, que tenían el cerro de Santa Ana como punto de observación de interés estratégico.

El cerro de Santa Ana es el inicio de la ruta de los puntos mágicos de Chiclana. Sobre la placa en la que se indica el comienzo de la ruta, puede leerse: Colina de Santa Ana, molino, fortín, ermita y antigua atalaya desde la que se alertaba al pueblo de Chiclana de los ataques vikingos y moriscos. Rompiente del levante y del poniente, blanca paloma para los barcos de la mar, rosa de los vientos.

La ermita tiene un significado especial para los chiclaneros. Cuando giramos para embocar algún carril en El Sotillo, o en El Marquesado, cuando nos alejamos un poco de la ciudad, la ermita de Santa Ana es como un reloj, como un faro que nos orienta, y que en cierta manera nos impide alejarnos del todo. Y cuando regresas, desde el norte, y llegas a la altura del barrio de Jarana, de repente, la ermita de Santa Ana aparece a lo lejos, blanca de día, o iluminada de noche... Entonces es cuando llegamos. Entonces, algunos sabemos que estamos en casa.

En mi niñez la ermita estaba peor cuidada. Recuerdo que la arreglaron en algún momento. Después la pintaron de un blanco sucio, amarillento; pero que después nos gustó, cuando comprendimos cómo de noche, con la luz de los focos, se transformaba en un blanco luminoso, casi fluorescente, que encendía la cúpula como una bombilla. Los alrededores estaban poco cuidados, incluso recuerdo problemas de desprendimientos sobre el patio del colegio de Los Remedios.

El Chana, el Quemao y otros, subían a Santa Ana. Les decían grifotas. Allí tenían algún cartón entre unas cuantas piedras, y se sentaban, y se pasaban el canuto, mirando al horizonte, con el pueblo a sus pies, con la vista de las salinas, de San Fernando y Cádiz, del agua del mar al oeste, de la sierra de Cádiz al norte. Allí maldecían su mala suerte. No es mal sitio.

Desde que tengo uso de razón, nuestras mujeres, madres y esposas, visitan los martes a la virgen. A la virgen niña, que está en brazos de su madre, Santa Ana, en el interior de la capilla circular que culmina el cerro. La visita solía ser rápida. Como robada al tiempo de las tareas domésticas. Como de camino. Desviándose solo un poco de la rutina diaria... Algunas se quitaban los zapatos, y con ellos en la mano subían el cerro, entre piedras, por senderos que estaban mucho peor que hoy; y, entraban unos minutos. A la salida, después de la oración, de recogerse un momento, se podían mirar el pueblo desde arriba; y se oteaba el horizonte; y parecía que se había viajado lejos de la rutina diaria, y de los problemas, que por un momento, se veían desde arriba…

Ellas hacían también sus promesas; y, era frecuente, en el lenguaje diario, continuas referencias a Santa Ana cuando se trataba de pedir alguna fortuna, algún golpe de suerte, o simplemente, para ahuyentar la suerte mala. Prometían visitar la ermita todos los martes.

Algunas chiclaneras, que se casaron con uno de la isla, (una mala tarde la tiene cualquiera), y que viven allí, en San Fernando, han continuado viniendo. De la misma manera, cogen el autobús, el canario, caminan hasta el cerro y visitan a la santa. A la salida, ellas también miran los horizontes un mágico momento, y luego, corre que corre, son capaces de llegar al pájaro antes de que salga para la isla el canario siguiente.

No sé dónde estarás leyendo el periódico. Supongo que estarás ya en casa, en tu rinconcito, tranquilamente. O en el bar desayunando; o tomando el café, ya por la tarde. O puede que seas de los tardíos que ojean el periódico del domingo por la noche, o incluso al otro día. Estés donde estés, seguro que no tienes que esforzarte mucho para ver la ermita. Quizás tengas que enfilar alguna calle cercana, o en todo caso, subir a tu azotea. Quizás tengas que dar un paseo, que nunca viene mal. Incluso puede que te apetezca darlo y te acerques al parque que la ermita tiene a sus pies. Ahora, pasados los años, los árboles se han puesto grandes, y el parque está más bonito que cuando lo hicieron, encima del motocross.

Lo hagas o no, la busques ahora o lo dejes para después, puedes estar seguro de que la ermita está ahí. Que no se mueve. Y que seguirá después de muchos domingos.

Y no sé si la santa nos cuida o no, como dicen nuestras mujeres que tienen mucha fe. De lo que estoy seguro, es de que igual que siempre, cuando subes al cerro, ocurre una cosa milagrosa: Los problemas cotidianos quedan a tus pies. Y entonces, por unos minutos, como por arte de magia, puedes pensar en nuevos horizontes... y verlos a lo lejos; más allá de los problemas.

Después del espejismo de las fiestas, os deseo a todos mucha fuerza para este difícil 2014. Que subamos hasta poner los problemas a nuestros pies, y que este año veamos por lo menos, mejores horizontes.

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