¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Sánchez acaricia al gato

Para deleite de Sánchez, Iglesias parece dispuesto a despeñar a Podemos en los roquedales de la radicalidad más agresiva

No es difícil imaginar a Pedro Sánchez como un malvado de tebeo, de esos que sonríen sulfurosamente mientras acarician la cabeza de un gato capón y contemplan con avaricia la bola del mundo. Melitón González, coronel de pontoneros y leyenda de la caricatura española lo hubiese dibujado más o menos así. La diferencia estaría en que lo que miraría el presidente del Gobierno sería algo mucho más modesto que el orbe, pero igualmente goloso: la gran porción de la izquierda española del queso electoral español. Sánchez, después de las catalanas, ya sabe que va en el camino correcto, pero antes necesita del hundimiento definitivo de Podemos, algo en lo que está colaborando con entusiasmo Pablo Iglesias, decidido a encerrar definitivamente a su partido en ese cuchitril rancio repleto de fotos del Che, libros del zumbado de Althusser, colillas de porros y casetes de rock radical vasco (la banda sonora con la que se le daba a los peperos esos balazos en la nuca que tanto gustan a Pablo Hasel, mártir de la libertad).

La pregunta es: ¿terminará siendo Iglesias el Santiago Carrillo de Podemos? Es decir, ¿se le acusará en el futuro de ser el encargado de volar Podemos para favorecer un triunfo arrollador del PSOE? Con los elementos que ahora tenemos no sería difícil montar una teoría conspirativa en esa dirección, porque el líder morado parece dispuesto a despeñar a su partido en los roquedales de la radicalidad más agresiva. Los ataques de Podemos a la jefatura del Estado, a la prensa independiente, a la magistratura; sus campañas de desprestigio de la democracia española; su justificación de la violencia "antifascista"; sus iniciativas legislativas delirantes, como la Ley Trans; sus portavoces verborreicos y un tanto subiditos; sus amistades con terroristas e independentistas… Pedro Sánchez acaricia el gato y deja hacer a Pablo Iglesias, confiando en que se cumpla la antigua ley de que España es de centro-izquierda, pero ni un paso más. ¿Cómo es posible que el líder de Podemos piense que este maratón de insensateces políticas le puede dar alguna ventaja electoral en su particular pulso con los socialistas? Sólo hay dos respuestas posibles: o es un agente del Íbex-35 o detrás de su fachada de chico listo y habilidoso no hay más que un inmenso ego idiotizado por la radicalidad. Lo preocupante es que cuando Iglesias sea plenamente consciente del desastre (probablemente lo sea ya) puede caer en la tentación de romper el tablero. Algo de eso hay cuando habla de la "anormalidad democrática" de España. Veremos cosas peores.

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