SI unos padres son capaces de encerrar a sus tres hijos en un coche, bajo el abrasador sol de agosto, para poder irse a la playa tranquilos es que definitivamente el mundo se ha vuelto loco. Si hay seres humanos capaces de atormentar a su descendencia, a la sangre de su sangre, entonces es que algunos se han convertido en animales de la peor calaña, en devoradores de niños pequeños, de ilusiones, de la infancia, de esa patria que todos tenemos y que en muchos casos nos marca la conducta que tendremos durante el resto de nuestras vidas. Salvajismo puro. Crueldad ante la parte más débil, más indefensa, niños pequeños que podían haber muerto encerrados en un coche convertido en una caldera en un aparcamiento de Benalmádena. Sólo con pensar en la escena se le pone a uno la piel de gallina. Qué pena que la Ley del Talión no se aplique en la Costa del Sol.
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