La tribuna

José Ignacio Rufino /

Robar como refugio

QUE se roba cada vez más en España es algo que resulta evidente. Parece existir una relación inversa entre los robos cometidos por políticos y cómplices durante las vacas gordas -que van menguando, y ahora están siendo tardíamente juzgados, no todos- y los delitos contra la propiedad de los particulares y las infraestructuras empresariales y públicas. Las estadísticas constatan que, efectivamente, los delitos con o sin violencia contra la propiedad se incrementan desde el inicio de la crisis. Pero no lo hacen de la manera tan evidente con la que los notamos los ciudadanos.

Es sólo una hipótesis, pero esta desconexión entre lo que percibimos y lo que dicen los datos oficiales sucede porque cada vez se denuncian menos robos o atracos en proporción a los cometidos, igual que no se denuncia buena parte del también notorio aumento del vandalismo. No tenemos esperanza en que nos devuelvan la moto o el bolso, ni siquiera en que la Policía los busque con verdadero celo: ¿pueden hacerlo? ¿Sirve para algo, cuando hay gente que acumula decenas de detenciones y sigue en la calle ejerciendo?, nos preguntamos perplejos. El vandalismo, por su parte, es un fenómeno de degradación social distinto del ejercicio del mangoneo, pero uno tiene la impresión de que es una patología también creciente, y que sigue quedando muy impune su ejercicio, y conste que intento descontar el hecho de que con los años uno se vuelve más cascarrabias y pesimista en sus diagnósticos.

Hay vándalos -a qué mala y seguramente injusta condición ha relegado la historia y el diccionario a este pueblo- perversos y creativos, que cada vez se parecen más a Alex y sus drugos en La naranja mecánica de Anthony Burgess y Stanley Kubrick. Esta semana he tenido noticia de una nueva diversión al aire libre: amarrar cables de acero a dos árboles en los carriles por los que circulan motos y quads, dejándolos a la altura del cuello del piloto. Puro terrorismo. Me sumo a quienes piden que se aísle y limite la práctica de estos deportes de motor en el campo. En una parte, están detrás de tanta cancela y candado en el campo, dado el negativo efecto que ruedones, estruendo, humos y excesiva velocidad tienen sobre suelo, animales y caminantes. Pero de ahí a querer asesinar a sus practicantes, va un trecho.

Lo peor del asunto es que quienes colocan esos cables de degüello lo hacen porque son así de descerebrados. Y porque su expectativa de ser severamente castigados es pequeña, quizá nula. Esta degeneración deriva de la falta de educación… y de sanción. En esto, igual sucede con la nueva profesión de moda, ser chorizo. Aun así, el auge del robo tiene una lectura social distinta: es una cuestión más bien económica. Pero tiene también que ver con la represión, o más bien con la falta de ella. No nos acomplejen ni nos duelan las palabras: por sí solas, ellas no tienen la culpa de nada.

Con seguridad, muchos de los ahora ladrones -otro tanto cabe decir del tráfico de drogas y la prostitución- trabajaban antes detrás de una barra, administrando una obra o dándole al palustre. Si no, ¿de dónde han salido los novatos? ¿Son todos rumanos, búlgaros y kosovares? Desde luego que no pocos inmigrantes ni han venido con contrato ni con ganas de tenerlo; ni con profesión, sino a buscarse la vida, y es ingenuo pensar que una buena parte de ellos no sabía o quería cumplir tal necesidad sin mendigar, mandar a mendigar a sus mujeres y niños. O a robar. Pero del país, españoles con sus papeles y sus apellidos acabados en ez, los hay a manojos. Pequeños asaltos a niños con móviles y unos euros; carteristas y timadores de todo pelaje, como los revisores de la "alcalinidad del agua del grifo" o "del cableado", que levantan doscientos euros a los incautos de mayor edad; desapariciones de motos, bicicletas y ahora también coches están al orden del día.

No hablamos ahora de grandes mafiosos rusos o chinos. Hablamos de la degradación que crece alrededor nuestra, de cercanía, de la que debemos defendernos por el mero hecho de conservar un día a día digno, sencillamente tolerable. Y debemos aceptar que, para lograr defender esto por nuestro bien y el de quienes nos siguen, el fortalecimiento de la capacidad, velocidad y ejecutividad de la Justicia y la de su brazo armado, la Policía, son condición sine qua non. (Huelga dedicar una línea, aparte de ésta, para recordar que, efectivamente, la Policía ha sido utilizada para mucho desahucio cruel y para mucho reparto de leña excesivo en la calle contra gente que se manifestaba -no siempre- sin violencia.)

Inevitable recordar la canalla voz en off de Marcos (Ricardo Darín) en Nueve Reinas, en la mejor escena de la película, en la que se suceden imágenes de la muy biodiversa delincuencia de un Buenos Aires desangrado por la penuria: "Aquellos dos, esperando a alguien con el maletín del lado de la calle; aquél está marcando puntos para una salidera. Están ahí, pero no los ves; bueno, de eso se trata, están pero no están. Así que cuidá el maletín, las valijas, la puerta, la ventana, el auto, cuidá los ahorros, cuidá el culo. Porque están ahí, por donde estás siempre. Chorros, no, eso es para la gilada. Son descuidistas, culateros, abanicadores, gallos ciegos, velomistas, mecheras, garfios, pungas, boqueteros, escruchantes, arrebatadores, mustaceros, lanzas, bagalleros, pesqueros, filos...".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios