Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Desde mi cierro

Pedro / González / Tuero

Sus Reyes

Sí, mi confitado lector, son los suyos, los de mi nieta. Son sus primeros reyes, que ya es persona y algo entiende. Los Reyes de todos. Esta noche es la noche mágica de los niños. El sueño de la nostalgia de los mayores y de la ilusión de los demás. Y Laura, mi preciosa nieta, me hace recordar y me pone nostálgico y endeble, acordándome de mi lejana niñez en una noche como ésta, en unos días en los que uno es más niño que nunca. Y se me viene a ésta mi depauperada memoria aquellos juguetes expuestos masivamente en aquel gran escaparate de casa Salas, y luego en la noche del cinco, ya quedaba muy reducido y casi exiguo, pero siempre allí el caballito de cartón que nadie quería o por caro o por feo, esperando a algún padre poderoso o a algún afamado y rico cliente de última hora que se llevase lo que quedaba. Porque don José o don Felipe vienen tarde, no hay problemas. O, aquella cabalgata que recorría la calle Real de siempre de punta a punta, hasta el Carmen, con sus majestades sobre burros o mulas pesarosas que impregnaban de recuerdos a unos y de esperanzas a otros. La Isla de los cincuenta, cuando la calle Real, y ahí estaba "mi cierro", era carretera general Madrid-Cádiz, cuando todavía no había puente en la capital y la presencia de vehículos era escasa y silenciosa.

Una Isla de hoy que despista, que hay reyes por doquier y los niños locos. Pero es un pueblo que sabe muy bien -desde siempre- hacer sus fiestas. No ya por el concejal de turno, sino porque sus habitantes son agradecidos, porque responden con su presencia a lo que le organizan y acuden expectante. Y yo con mi nieta voy a estar ahí. Con los reyes, en su lucido cortejo que advierte de lo de esta noche mágica. La noche de los niños, la de mi nieta. Que es pequeña aún, pero sí sabe. Que ya distingue a un señor obeso vestido de colorado de tres personajes extraños, con sus floridas barbas y de raros ropajes, que le dicen que son buenos. Y de nuevo este torpe escribidor vive esa ilusión o la de cuando mis hijos pequeños y, hoy, la de mi avispada Laura. Pidiendo a sus reyes que esta noche me pongan tiempo para continuarla y seguirla, para ver cómo se transforma y cuidar de su eternizada inocencia. Porque así lo dice, como cualquier otro, un abuelo chalado.

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