De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Los Reyes son los Magos

YA conté cómo una amiga creyó firmemente en los Reyes Magos hasta los bordes de su adolescencia. Las pegajosas sabihondas del colegio le insistían en que eran los padres, pero para ella que los suyos, en su familia numerosa, se pudiesen permitir tantos regalos resultaba inverosímil. La única explicación aceptable era la magia de Melchor, Gaspar y Baltasar. Que hayan seguido visitándonos durante los años de la crisis, es otra prueba fehaciente a favor de su existencia. Y ahora que soy padre y tendría, por tanto, que estar en el secreto, tampoco puedo explicarme tantos regalos.

¡Ni, sobre todo, tales! Cuántos objetos no llegarían jamás a las manos de mis hijos, si los Reyes no fuesen Magos y me puenteasen. Pienso en pintalabios o pintauñas, en libros infantiles de esos educativos, en muñecas, ay, monstruosas, en la sobreabundancia de todo... Es impensable, por ejemplo, que a mis hijos Papa Noel les hubiese traído nada, nada de nada, si de mí dependiera, pero mucho menos aún una barbie con una minifalda escandalosa y unos tacones de vértigo. Se tranquilizaría uno pensando que Papa Noel tiene obviamente una moral más relajada que los Reyes Magos, pero no sé, no sé, y ando en esta víspera de arriba a abajo, nervioso, con las carnes abiertas.

Todavía en mi casa puedo esperar que se retraigan en lo que traigan, pero como los Reyes Magos van sembrando de regalos el camino que viene de Oriente -las casas de mi suegra, de mi padre, de los tíos, de los padrinos...- lo mismo que Pulgarcito sembró su camino de migas de pan… las sorpresas me están aseguradas. La mañana de Reyes para un padre responsable es un asombro aún mayor que para sus boquiabiertas criaturas. Quizá la costumbre de que los más pequeños entren primero en el cuarto de los regalos es para evitar la tentación de los padres serios de distraer y sacar de la circulación alguna inconveniencia antes de que los niños la detecten.

Esto es una prueba de la existencia real de los Reyes, y también una tradición. ¿O acaso no extrañaría a san José aquel regalo brumoso del incienso? Y a los pastores, lo del oro, ¿no les apabullaría demasiado? Y sobre todo a la Virgen, ay, a la Virgen, la mirra le apretaría el corazón, a ella que sabía y allí, en el corazón, lo guardaba todo. Desde el principio los Reyes han hecho regalos raros, inesperados, inoportunos, insólitos, inconcebibles. Queridos padres, prepárense para mañana.

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