UN día, durante una reunión de funcionarios convocada para solucionar un problema sin importancia, uno de ellos alzó la voz y dijo: "Este asunto se soluciona nombrando una subcomisión". Al oír aquello, pronunciado con tanta seguridad otro funcionario replicó: "Si no hay comisión… ¿para qué nombrar una subcomisión?". Ante el estupor de algunos de los presentes, el funcionario primero replicó: "…nombraremos entonces primero una comisión, pero esa comisión deberá estudiar un plan previamente elaborado por la subcomisión". Y añadió: "…posteriormente, las conclusiones de esa comisión deberán ser devueltas a la subcomisión para aprobación si procede, y posteriormente serán elevadas a la propia comisión, que se encargará de redactar un protocolo de actuaciones para presentar la solución al pleno de funcionarios". Otro funcionario presente añadió: "No me parece bien que sea este órgano de funcionarios quien decida, haya o no haya comisión o subcomisión, este asunto debe ser puesto en conocimiento de los no funcionarios, también ellos están afectados por el problema". "Lo mejor entonces -dijo el primer funcionario-, es que los no funcionarios creen otra comisión que elabore un borrador y lo eleve a este órgano de decisión. Como no son funcionarios no hace falta una subcomisión, sus conclusiones serán estudiadas directamente por la subcomisión de funcionarios, se añadirán o retirarán ideas y se convocará otra reunión. Las conclusiones de la subcomisión de no funcionarios, unidas a las de la subcomisión de funcionarios se discutirán en pleno democrático". En ese preciso momento alguien llamó a la puerta del pleno de funcionarios. Era un laboral que venía a decir que la cisterna del retrete ya estaba arreglada, que la había arreglado un becario y que no hacía falta ni comisión ni subcomisión. Todos los presentes se miraron con gran alivio y se levantó la sesión… con gran alivio.
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