Cuchillo sin filo

francisco Correal

Resurrección

SIN la misa dominical, los oficios del Jueves y el Viernes Santo o esta celebración de la Resurrección que es la Vigilia Pascual para celebrar que Dios ha vencido a la muerte, todo lo demás carece de sentido. Dicho de otro modo, la Semana Santa la podría organizar La Imperdible o Els Comediants y en lugar de pasar por el centro histórico de las ciudades hacerlo por Isla Mágica o Fort Aventura.

Doce de la noche. Los últimos parroquianos salen del bar del Mudo Mateo y hacen fotos en la puerta lateral de la iglesia de Ómnium Sanctórum. Un grupo de feligreses encienden las velas para celebrar que Cristo ha resucitado. Entre ellos, hay una familia polaca, un costalero del Santo Entierro y un joven matrimonio de Madrid que todos los años viene a Sevilla. La ceremonia es larga y con enjundia. Al final, entran cuatro chicas jóvenes procedentes de una botellona. Les resultará divertido, porque conteniéndose la risa por su osadía, se ponen en la fila de los que van a comulgar. Reciben la forma, esta noche mezclada con el vino sagrado, y entre carcajadas salen a la calle, orgullosas de haber conseguido su objetivo.

Ha sido una artimaña, una burla artera, un mendaz escupitajo en la esencia de ese rito sagrado, pero se han salido con la suya. Y los que estamos dentro nos podemos sentir afortunados. En esta iglesia mudéjar declarada patrimonio histórico-artístico en la República, estas jóvenes irreverentes se han limitado a ese gesto, esa gimkana de la impostura. No han ido más allá. Hay lugares donde quienes hacen lo mismo que hacíamos nosotros lo pagan de una forma mucho más severa; en Libia los decapitan; en Nigeria, secuestran a sus hijas; en Kenia, acribillan a los estudiantes católicos de una residencia universitaria. Deberíamos salir y darles las gracias por su generosidad. E invitarlas a que hubieran participado de toda la ceremonia. Habrían escuchado los relatos del Génesis de la creación, el sacrificio no consumado de Isaac y la hecatombe de las tropas egipcias en el Mar Rojo y al final participarían en el ágape celebrado en los altos del despacho parroquial, con cocas de Isla Cristina y hornazos de Trigueros.

La cuatro se fueron. Una más de las tres mujeres que se acercaron al sepulcro: María Magdalena, María la de Cleofás y María Salomé.

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