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Envío

rafael / sánchez Saus

Respuesta social al ébola

RESULTA simbólico, más allá de la situación personal de los primeros afectados, que haya sido España el primer país del mundo en el que se ha producido un contagio directo de ébola fuera de África occidental. Y es que a veces las cosas suceden de tal manera que resulta casi imposible sustraerse a la impresión de que el destino nos está enviando, a través de procedimientos tan viejos como la misma Historia, una advertencia que haríamos mal en desconocer. Cuando los historiadores estudian las epidemias que fueron el azote de tiempos pretéritos, no pueden quedarse en el relato de su expansión y en el recuento de víctimas. Siempre ahondan en las causas que propiciaron el desarrollo de la pandemia, las que multiplicaron sus efectos, las actitudes y supersticiones que estorbaron el combate contra ella, las acciones de personas o comunidades beneméritas que consiguieron limitar y finalmente vencer a la enfermedad. Es decir, es la sociedad, no individuos aislados, la que ve escrutado su comportamiento y sufre el correspondiente juicio de la Historia. Y lo normal es que los pueblos que fracasaron ante esos retos ya lo habían hecho antes en cuestiones fundamentales de su orden social, político y moral; y triunfaron sobre ellos o supieron superarlos con rapidez cuando se trataba de sociedades en forma.

El foco de la opinión mundial está hoy sobre España y no precisamente por un asunto baladí o de gusto. Lo que se va a juzgar ahora y durante mucho tiempo no es sólo la eficiencia de nuestro sistema sanitario o la capacidad de nuestros políticos, también la calidad de nuestra respuesta como sociedad. Si, Dios no lo quiera, la epidemia se extendiese entre nosotros, tendríamos, muy en contra de nuestra voluntad, un test definitivo de cuya superación o no pueden depender muchas cosas, y no sólo la salud y la vida de los enfermos. Obviamente, no me estoy refiriendo a la evolución del turismo o de las acciones de bolsa, sino a la posibilidad de una sociedad dañada aún más profundamente de lo que ya está. El guirigay que ha seguido a la primera infección, tan característico de cómo se trata hoy en España cualquier tema por grave que sea, es una mala señal inicial que entre todos deberíamos esforzarnos en corregir. Eso si no queremos que al final los daños menos relevantes y duraderos sean los producidos directamente por la enfermedad.

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