No son funcionarios de prisiones. Son maestros. Son profesores que dedican sus jornadas laborales a educar o a intentar aleccionar a nuestros herederos para que estén preparados para la que se avecina. Pero muchos de nuestros profes más cercanos no se sienten correspondidos ni por sus discípulos, ni por sus padres y, menos, por el sistema. El mismo sistema que les obliga a ejercer de carcelarios vigilando si su alumnado fuma en los wc, y si lo hace, si fuma marihuana o en pipa. La lucha contra los móviles se queda en pañales en comparación con lo que en muchos centros públicos, sobre todo en los institutos, se vive. Muchos maestros logran sobrevivir generando un caparazón antisistema y antitodo o, si no, caen en el intento sintiéndose impotentes ante la legión que se avecina. Dicen que son autoridades y que las leyes les avalan, pero no se sienten así. Se sienten solos y no pueden con ellos.

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