ES palabra muy reciente, pero ahora decisiva. Resiliencia, dice el avance de la 23ª edición del DRAE, es "la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas". El término procede del latín resilio, esto es, volver atrás, rebotar, como ocurre en la materia elástica que, presionada, se estira y después regresa a su estado inicial. En las ciencias sociales, se denomina resiliente a quien sabe resistir frente a la adversidad, sortea las dificultades y acierta, además, a aprender de las derrotas, reconstruyéndose y transformándolas en nuevas oportunidades y ventajas.

En las actuales circunstancias, conviene acudir a los expertos y aprender de ellos las claves que pudieran servirnos, individual y socialmente, para sobrellevar los días que vienen. En un librito que recomiendo, Superar la adversidad. El poder de la resiliencia, Luis Rojas Marcos reflexiona sobre los seis pilares básicos que cimientan una actitud hoy tan dramáticamente indispensable. Consiste el primero en la necesidad de mantener conexiones afectivas: estar y sentirse unido a otros -a tu pareja, a tus amigos, a tu pueblo- resulta condición esencial para sobrevivir al desastre. El segundo, el funcionamiento razonable de nuestras funciones ejecutivas, alude al convencimiento firme en la eficacia de nuestras propias fuerzas: comprender que podemos, imaginarnos vencedores, repercute muy beneficiosamente en nuestras opciones personales y colectivas. También, y es el tercero, no perder jamás la convicción de que nuestro futuro depende sobre todo de nosotros mismos: el control nos pertenece, no caerán soluciones llovidas. El cuarto, la autoestima, cuando elevada y saludable, estimula la confianza, la fuerza de voluntad, la esperanza y, al tiempo, nos fortifica ante cualquier desafío. Factor vital para lograrla, el quinto pilar nos reclama pensamiento positivo: no desde luego un optimismo irracional y bobo, sino principalmente el abandono de la pasividad y de la desidia. Porque siempre será posible, el amanecer llegará para quien lo aguarda sin desmayo, atento a la luz intuida, seguro del motor milagroso de la ilusión. El último, y quizás el más complejo, se resume en encontrar motivos para la propia existencia. Es búsqueda tan trascendental como subjetiva que tiene que ver, sospecho, con la pasión que le pongamos a nuestra peripecia maravillosa y efímera. Escribió Nietzsche que "quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo vivir". Tenía, entiendo, toda la razón.

Son, lo admito, remedios mucho más fácilmente formulables que aplicables. Pero acaso encierran un potente antídoto que cada cual habrá de autoadministrarse en la negritud que avanza. Al fin, aunque sólo sea, como pedía Almafuerte, para que, por dignidad, tesón incansable y coraje, siga mordiendo y vociferando vengadora, ya rodando por el polvo, nuestra cabeza.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios