RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

Residencia de Estudiantes

LA fanfarria con vistas, una percusión en el jardín. Se han cumplido cien años de la Residencia de Estudiantes, un oasis moral, y se ha escrito ya tanto sobre ella que el margen es pequeño, diminuto, para cualquier nueva iluminación. Sin embargo, la noticia es hermosa, porque noticia es que en España una institución como la vieja Resi se mantenga aún en pie, hermosa y duradera como esa fachada de ladrillo sostenida en el tiempo, como un buque erigido más allá de nosotros y de todos los nombres que la integran. La Residencia es hoy más que su legado: es también la acción de ese legado, y su prolongación en los nuevos creadores, investigadores, profesores, artistas de muy diversa condición y pelaje, que de una u otra forma han ligado su vida, antes o después, a la Residencia de Estudiantes. Es un lugar de paso que deja un paso en nosotros, una huella más honda de lo que se pueda suponer: no sólo por su territorio mítico, no únicamente por Federico García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel, o la constelación de sus amigos, y sus compañeros de vida y esperanza, Juan Ramón, Antonio Machado, Unamuno, los otros; sino también por una sutileza en la manera de afrontar la vida, que seguramente ha sido nuestro proyecto educativo más decididamente vital y aperturista.

No hay muchos lugares que sean de verdad la casa del poema, pero también del poeta. No hay muchos lugares en los que la palabra, su cuidado y su aroma, sea reverenciada como un templo que a todos nos acoge sin importar jamás su procedencia. No hay muchos lugares cuya sola presencia, cuya continuidad, suponga un referente artístico y moral de la sociedad más deseable, y además se mantenga. Ese lugar es la Residencia de Estudiantes: lo era hace cien años, y hoy lo sigue siendo, a través de un sinfín de congresos, conferencias, recitales, conciertos, que nos recuerdan siempre nuestro mejor pasado, el que pudo haber sido, el que menos duró y el más brillante.

Si en una de esas historias reinventadas que tanto le gustaban a Max Aub, con un extraño bucle temporal, trasladáramos al Madrid de hoy a cualquiera de los intelectuales españoles de hace cien años, seguramente no reconocería nada: ni la Castellana, ni la Puerta del Sol, ni los viejos cafés, que ya no existen. Pero podría volver a la Residencia de Estudiantes, y quizá hasta se encontraría a sí mismo en uno de esos grandes cartelones que, con cada exposición, contribuyen a mantener viva y actualizada nuestra memoria más sensible y vertical. Sabrían que están en casa, que habrían llegado a casa. Hablaremos de esto dentro de cien años: de la misma alegría, en el mismo canal. Y sonarán las voces como música, subiendo la colina, de todos quienes fuimos residentes.

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