En román paladino

RAFAEL / ROMÁN

¿Representantes o delegados?

Cameron acaba de perder una votación trascendental en la Cámara de los Comunes sobre la intervención del Reino Unido en el conflicto de Siria. El primer ministro había acordado con Obama su inclusión en la alianza con Francia y EEUU para bombardear Siria y cuando llevó su propuesta al parlamento - a pesar de que el gobierno tiene mayoría - perdió la votación porque un grupo de sus diputados no apoyó al gobierno y decidió no implicar al Reino Unido en el avispero sirio.

En España, por mucho que se sigan acumulando despropósitos sobre financiación y sobresueldos de los dirigentes del PP, mentiras solemnes dichas en el parlamento por el Presidente, chapuzas tan aparentemente delictivas como la destrucción de pruebas - los discos duros de Bárcenas - el partido gobernante no sólo no perderá un solo diputado sino que ganará -con total seguridad- todas las votaciones tanto en el Congreso como en el Senado.

¿Por qué suceden en el Reino Unido y España esos comportamientos parlamentarios? La razón está en el sistema de selección de los parlamentarios en uno y en otro país. En España las circunscripciones son las provincias y los diputados se eligen en listas que hace el partido. Son delegados. En Gran Bretaña los distritos son unipersonales y es el diputado el que responde ante los electores, aunque se presenta por un partido. Son representantes. Es como si los diputados de Cádiz se eligieran en ocho distritos provinciales diferentes -Cádiz, Algeciras, Jerez…-y en Sevilla o Málaga -por su dimensión- los escogieran por distritos municipales. El elector conoce quién es su diputado -el suyo- y le puede pasar factura en la siguiente elección. En Gran Bretaña, según su voto, ven o no peligrar su escaño. Aquí la responsabilidad se difumina en el partido, que es el que manda.

El sistema político español es cerrado y expulsa del mismo toda discrepancia con los aparatos partidarios, a espaldas de la opinión pública y publicada. Los partidos están impermeabilizados. Por ello, cualquier cambio político debe empezar, si se quiere acercar el elector al elegido, por la creación de distritos electorales unipersonales. Ningún sistema es perfecto, pero éste tiene más en cuenta a la gente que a los aparatos.

Así es cómo la suerte de la limpieza de la vida política está ligada al cambio en el sistema de partidos y electoral.

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