Aunque su presencia ya no es tan abrumadora, la docencia nutre la política como ninguna otra profesión. Profesores dejaban la tiza, se hacían políticos y, a ser posible, no volvían. Si lo hacían, los compañeros les veían con la misma soltura que un boxeador en una pista de patinaje artístico. Les conocían como los renegados de la tiza. Uno de nuestros problemas es que los institutos están plagados de profesores a los que no les gusta serlo. Tiene que ver con un sistema de selección que podría ganar un premio mundial a la peor gestión de los recursos humanos. En Finlandia, meca de buenas prácticas educativas, el profesor gana prestigio y está mejor pagado cuanto más difícil sea la gestión del aula, es decir, en los peores barrios. Aquí, de esos barrios se huye y algunos si pueden huir de la tiza para siempre, mejor. Pero dicen que lo que de verdad les gusta es enseñar. En fin. (Y esto es un homenaje a los que aman su trabajo en el aula).

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