Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Reivindiquemos el fracaso

Esta obsesión por eliminar artificialmente el fracaso en la formación frustra a quien legítimamente aspira a más

Una vez más, y ya ni recordamos cuantas, el gobierno de turno pretende reformar el currículo educativo a su gusto, obviando que la educación, al ser uno de los pilares básicos de la sociedad libre, requiere de un consenso mayoritario. Si no fuera porque hoy está mal visto memorizar, nuestras leyes educativas podrían declamarse como si fueran la añeja lista de los reyes godos. La obsesión de unos y otros por imponer su propia visión genera una permanente inestabilidad que nos perjudica a todos lastrando el futuro común.

Confunden igualdad con igualitarismo y elitismo con clasismo. Un Estado moderno debe ofrecer a sus ciudadanos un trato igual y la oportunidad de educarse con los mismos recursos. Pero no está legitimada para limitar individualmente a cada alumno. Esta obsesión por eliminar artificialmente el fracaso en la formación frustra a quien legítimamente aspira a más. El igualitarismo es la negación de la igualdad. No hay que tratar a todo el mundo igual; igualdad es tratar desigualmente a los desiguales. De otro modo, no habrá posibilidad de mejorar para quien carece de recursos. En su fijación por eso que llaman los ricos, los planteamientos igualitaristas acaban por reforzar lo que dicen querer eliminar, el clasismo. Una élite es el conjunto de los que demuestran ser los mejores. Sin más. El clasismo consolida la realidad social. Antepone el origen a los méritos. Igualar por abajo provocará que quien quiera buscar la excelencia deba hacerlo por sus propios medios. Sea en colegios privados, yéndose al extranjero o recurriendo, como en tiempos lejanos, a institutrices, preceptores y ayos. Pero quien tenga aptitudes y carezca de medios verá frustradas sus expectativas porque el sistema educativo le impedirá sobresalir para evitar la sensación de fracaso de sus compañeros menos dotados. Y habrá otro Mozart perdido.

Está obsesión melindrosa que abomina del fracaso como si fuera un monstruo, olvida que, cómo tan bien expresó Churchill, el éxito, sea personal o colectivo, no es más que la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. El error y el fracaso son los principales motores del desarrollo intelectual del ser humano. Fracasar nos espolea. Cada avance científico o tecnológico lleva en su historia múltiples fracasos. Sin embargo, evitarlo, nos lleva a la mediocridad y negarlo -en frase de Jung- acaba con la posibilidad de aprender de ellos.

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