Regeneracionismo

Tal como están las cosas políticas, quizás ha llegado el momento de recuperar la palabra y su función

Puede ser buen momento para recordar por qué se extendió, hace más de un siglo, el movimiento regeneracionista por España. Y quizás también se deba establecer un cierto paralelismo entre aquellas y las presentes circunstancias. Entonces se había creado una profunda zanja entre los políticos y la ciudadanía a la que decían representar. Los españoles de finales del XIX asistieron pasmados a la cadena de desastres (la guerra de Cuba solo fue el más llamativo) que se sucedían, mientras los responsables de remediarlos se habían fabricado una pompa de cristal para uso interno y exclusivo. La gente de la calle no alcanzaba a comprender tanto desbarajuste verbal y tan pocos remedios reales, pero aparte de sufrirlos tenían escasas posibilidades de mostrar su opinión e intervenir. Debían esperar las convocatorias de unas elecciones que el caciquismo imperante sabía amañar cautamente para impedir sorpresas. Los desastres se prolongaban, pues, sin que los ciudadanos percibiesen mejoría alguna. Y desde la protegida burbuja política no llegaban más que lamentos impostados. Ante tanto abandono, surgió algo nuevo e imprevisto en España: llamados por el malestar y decadencia reinantes, una serie de escritores e intelectuales, de distinto signo, decidieron, descorazonados ante el pesimismo extendido por la vida pública, levantar sus voces críticas y difundir sus ideas a través de la prensa y otros medios a su alcance.

La eficacia inmediata de aquella movilización no fue trascendente, dado que los gobiernos estaban demasiado enquistados para prestar oídos a peticiones de regeneración procedentes de un escuálido puñado de universitarios, científicos, artistas y literatos. Que no contaban, además, ni con una mínima organización práctica que los aglutinase. Sin embargo, pasado el tiempo, aquellas actitudes aisladas, artículos desperdigados y obras escritas al calor de tanta decepción, cobraron un valor simbólico ejemplar. Y leídos ahora, desde la distancia, constituyen unas páginas entrañables y conmovedoras. Y se impuso el nombre de regeneracionismo para señalar al movimiento ideológico que agrupó a los partícipes en aquella voluntad de reforma y cambio de los males de España. Pero esa palabra y la función desempeñada entonces ha ido más allá de la coyuntura histórica que les dio vida. Se mantienen todavía latentes y aguardando. Tal como están las cosas políticas, quizás ha llegado el momento de recuperar la palabra y su función. Los nuevos regeneracionistas también deben estar dispuestos.

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