Regalos van, regalos vienen. La gente no pasea en estas fechas, sino que corre, vuela, a veces atropella, y los centros comerciales son avisperos incontrolados. Con ruidosos pasillos, las tiendas ponen su granito de arena con esa música a todo volumen que hace imposible el diálogo y la comunicación. Cualquiera pregunta por la talla de una prenda: se compra una, se pide tique regalo y que se apañe si no le gusta. Casi nadie pone ya en duda esta sociedad consumista que nos han implantado en nuestros genes como si fuera imposible burlar sus encantos. Tanto tenemos que, en ocasiones, no sabemos pedir y tiramos de catálogos y costumbres para imaginarnos que nuestra vida sería distinta con ese artículo que no tenemos y que después, ya se sabe, arrinconaremos en una esquina. Tanto es el fervor consumista que el otro día en una farmacia compraron paracetamol con tique regalo: "Por si quiere cambiarlo por ibuprofeno".

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