Reflexiones tras el 12 de octubre

Una efemérides así no podía escapar a la relectura del universo 'woke' y de lo políticamente correcto

Escribía Luis Sánchez-Moliní en estas mismas páginas que el 12 de Octubre había perdido tristemente su condición de fecha celebratoria capaz de concitar la simpatía general de los españoles para verse rodeada por el estruendo que forzosamente sigue a palabras como "genocidio", "negacionismo" y otras de ese jaez. En realidad, era inimaginable que una tal efemérides escapara a la relectura de la historia a la que se ha entregado una fracción considerable de la academia y de los medios, a un lado y otro del Atlántico, como parte del universo woke y de lo políticamente correcto. Por algo somos herederos en esta denostada cultura occidental de dos siglos de historicismo, y el precio a pagar es la periódica aparición de ideologías que hacen de su interpretación de la historia el campo de batalla necesario para justificar las utopías que luego ensayan sobre sociedades previamente desarmadas.

En un texto llano y sabio, el catedrático e historiador José Andrés-Gallego nos advertía hace ya algunos años, cuando comenzaba a imponerse por decreto la sesgada memoria sobre nuestro pasado reciente, que "hay que airear todo lo que se pueda llegar a saber, sin escamotear un punto", pero que "si los miembros de una comunidad se dedican a echarse en cara lo odioso y sólo lo odioso, acabarán como el rosario de la aurora". Esto es aplicable a la guerra del 36 y a la conquista americana, pero a ésta aún con más razón. Dejando al margen categorías como las de gesta, epopeya u odisea que, si a algún capítulo de la historia corresponden sería precisamente a la acción de los españoles en América, lo que no puede perderse de vista es que todo aquello supuso el choque masivo entre dos mundos más extremo que nunca haya sucedido a causa del absoluto desconocimiento previo y de la desigualdad existente entre ellos. Nada puede haber más hipócrita que sorprenderse del hecho de que semejante colisión acarreara violencia y dominación. Así emergen siempre las nuevas civilizaciones, ninguna ha podido eludirlas. Lo que sí sorprende en el caso americano es la inusitada rapidez con que la fase constructiva sucedió a la destructiva, con frutos que no puede negar nadie medianamente sensato. Eso es, ni más menos, lo que garantizó la base indígena o mestiza de las naciones hispanoamericanas y la posibilidad de una aculturación a la que sólo los más dementes estarían dispuestos a renunciar.

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