ERA una tarde de verano, en Palma de Mallorca, a comienzos de los años ochenta. Mi hermana trabajaba en una tienda de ropa de la calle Jaime III cuando vio entrar a una mujer con dos chicas. Las chicas se abalanzaron sobre la estantería donde estaba la ropa más cara, pero una voz rotunda las interrumpió: "¡Las rebajas, sólo las rebajas!". Las chicas obedecieron y se fueron a ver los estantes de las rebajas. No sé si hace falta decir que aquella mujer era la reina Sofía y que las dos chicas eran las infantas. Eso fue -lo repito- en 1982 o 1983, un periodo en el que España tenía más de tres millones de parados. No creo que la Reina haya cambiado mucho en estos últimos años.

¿Qué político actual, al entrar en una tienda de ropa, gritaría a sus hijos "¡Sólo las rebajas!", en esta época de palacetes reconvertidos en despachos y de coches oficiales tuneados? Por eso me sorprende el griterío que han provocado las opiniones de la reina Sofía sobre el aborto y los matrimonios homosexuales. Conviene tener en cuenta que se trata de una opinión, una más, tan discutible como cualquier otra. Las opiniones no son leyes ni dictámenes de obligado cumplimiento, tampoco son dogmas de fe ni ofensas malintencionadas (aquí están las mías, por ejemplo, de las que nadie se acordará mañana). Que sepamos, la Reina no ha mandado un destacamento de tanques a cerrar las clínicas abortistas y a detener a los homosexuales casados. Se ha limitado a expresar una opinión que comparten la mayoría de mujeres de su misma edad y que han recibido su misma educación, nada más. No creo que haya nada malo en lo que ha dicho, a no ser que estemos rozando un estado patológico de demencia colectiva.

No hay que descartar esta última posibilidad. España debe de ser el país del mundo donde hay más personas susceptibles por centímetro cuadrado, hasta el punto de que el agravio se ha convertido en una profesión honorable (y no de las menos lucrativas, por cierto). En Cataluña hay un Síndico de los Agravios que lleva un censo meticuloso de los agravios cometidos. Y una Asociación de Gays y Lesbianas ha dicho sentirse "ofendida" por las palabras de la Reina. Es asombroso. Cualquier persona en su sano juicio debería alegrarse de tener una reina inteligente, austera, elegante y con ideas propias. Lo más fácil, en estos tiempos, es soltar el chapapote léxico que tanto gusta a los pedagogos y a los profesores de literatura ("Apruebo las uniones transversales entre bípedos homosexualizados", o algo por el estilo). Lo difícil es expresar una idea con claridad y franqueza, sin acrobacias léxicas que conviertan las palabras en plastilina. Y esto es lo que ha hecho la Reina, igual que el día que les gritó a sus hijas: "¡Las rebajas, sólo las rebajas!".

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