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Enrique / Bartolomé / Abogado

La Real Fábrica de Aguardientes

CUANDO paseamos por El Puerto y con curiosidad observamos los imponentes edificios que conforman nuestro casco histórico, en muchas ocasiones nos preguntamos que pudo albergar tal o cual finca y qué significó para la época su construcción. En la ocasión que estamos pretendo que nos fijemos en un edificio de mucho porte. Ese que conocemos como de La Aduana, que se sitúa en la manzana que contiene la calle Micaela Aramburu, la Plaza Virgen del Carmen (donde se ubicaba la Cofradía de Pescadores) y la Avenida de la Bajamar.

Tal como refleja con el cariño que profesa por nuestra ciudad, Miguel Ángel Caballero en la Revista de Historia de El Puerto, de cuyas páginas bebemos, "no son pocas las veces que volcando nuestros pensamientos en este edificio lo hemos relacionado con los períodos de mayor esplendor de la economía dieciochesca portuense, constituyéndolo en el centro de entrada y salida de los productos con destino al continente americano. Tampoco ha faltado quien ha ubicado en él la sede de las Casas Capitulares en 1729, tras la incorporación de la ciudad a La Corona. Todas esas imágenes formadas en nuestra mente, podemos decir que sufren una severa revisión al comprobar que el contexto histórico en el que el edificio surgió, se desarrolló y transformó fue bastante diferente". Y tras esas pistas históricas y documentales hemos encontrado argumentos que trataremos de exponer en estas líneas.

Nos preguntamos a qué fue debido a que edificios de tanto porte se construyeran junto al río. Y obtenemos la lógica respuesta; el auge comercial que en la segunda mitad del XVII experimenta nuestra ciudad, y que de manera cierta anima a la mayoría de Cargadores a Indias a ubicar sus casas en la Ribera del Guadalete. Tendencia mantenida -según Caballero-, hasta bien entrada la siguiente centuria, pero cuestionada y frenada por el Procurador Síndico General, Domingo Abad Mercadillo, en 1773, que defendía la recuperación del casco histórico de El Puerto.

En las Actas Capitulares encontramos sus argumentos: "Que convengan prohibiendo que no se fabrique casas ni otros edificios desde la última calle que vaxa desde el convento de N. P. San Francisco y tiene nombre de nueva, hasta el Río que cruza la de La Aurora, por convenir assi a la ciudad y causa ppca. Desu común, pues en caso de necesitarse de mas extencion se puede hacer hacia la parte de la Victoria que ay terreno bastante y cómodo".

Uno de los proyectos de más enjundia en la zona cercana al río fue, sin duda, el de dotar a nuestra ciudad de unas infraestructuras portuarias acordes a la importancia del comercio marítimo que año a año crecía y se consolidaba. Junto a esto, y no de menor importancia se proyectó la construcción de un edificio que albergara la Aduana, cuyos planos y dirección se atribuyen al maestro de obras de Jerez, Pedro de Coz.

Pero lo que pocos portuenses conocen es que lo que llegó a albergar el edifico que ocupaban las casas de Mels y que Pedro Pumarejo reformó en parte, y que estamos describiendo, conocido como de La Aduana, ni más ni menos que La Real Hacienda decidió levantar la Real Fábrica de Aguardientes y Licores. Este edificio comienza a construirse a finales del XVIII.

La Real Fábrica es una muestra del neoclasicismo imperante en ese período, con un porte sobrio y elegante en sus líneas y equilibrado en su concepción. La curiosidad de su construcción viene dada porque su fachada principal no da al río, sino a esa plaza "del embarcadero" al igual que ese otro singular edifico del Resbaladero.

La Real Fábrica de Aguardientes y Licores tiene la peculiaridad de ser suntuosa en su volumen, demostración expresa del poder de La Corona. De vueltas con al trabajo de Miguel Ángel Caballero: "No difiere en mucho del aspecto dado a otros edificios de poblaciones cercanas como son el Ayuntamiento de San Fernando (obra proyectada por Torcuato Cayón y culminada por Pedro Ángel de Albisu en 1783), o con la tipología mostrada por la ya desaparecida Casa de Contratación de Sevilla, e incluso con edificios hispanoamericanos, donde las semejanzas son tan evidentes como las mostradas por el Teatro Albisu de La Habana".

Los motivos de que en nuestra ciudad se instalase la Real Fábrica de Aguardientes dan para otra entrega del Orden de los Tiempos, pero a modo de introducción debemos decir que fueron dos: la proximidad al embarcadero y la abundancia y calidad de agua de los manantiales de La Piedad, ya que esta garantizaba la obtención de un producto de extraordinaria calidad.

La inauguración de la Real Fábrica ocurría a finales de 1799, y según documentos del archivo municipal en el pliego de condiciones de subasta, se indica que la producción alcanzaría: aguardiente anisado de 14 a 15 grados; aguardiente seco y demás de su clase de 17 y 18 grados; anisete superior y mistelas.

Según todos los indicios, y tal como indica Caballero en su trabajo, en 1813 ocurren circunstancias que impulsan al Estado a llevar a cabio cambios en algunas dependencias de nuestra ciudad y que el Estado abandona la producción directa de todas sus fábricas de aguardientes en 1818.

La peculiaridad de la fabricación del aguardiente en nuestra ciudad, mitad producto de las aguas de La Piedad, mitad negocio lucrativo de la hacienda pública de la época, se dieron de la mano en este magnífico edificio que, por su posterior emplazamiento de La Aduana, ha llegado a nuestros días con este singular nombre.

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