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la cornucopia

Gonzalo Figueroa

Rania al Abdullah

DEBO confesar que he sido abducido por el fascinante artículo de Enric González (El País,1.10.2011) sobre las peripecias y críticas que sufre la bellísima Rania al Abdulá, reina de Jordania. Graduada en Ciencias Empresariales en la Universidad Americana de El Cairo, ex empleada del Citibank y, también, de la empresa norteamericana Apple, viste lujosamente, siempre a la occidental, apareciendo a menudo en diversas revistas de modas. Muy pocas veces se cubre la cabeza y muestra, donde va, un brioso temperamento, avasallador e independiente. De origen palestino, en un país donde, atendida la dignidad de los transjordanos, su ascendencia es desdeñada al autoconsiderarse estos últimos como la base histórica de la monarquía jordana. Rania, sin embargo, lejos de intimidarse por ello, ha desatado su fuerte personalidad, interviniendo a menudo en las decisiones políticas de su marido, el rey Abdullah II, que castellanizo aquí como "Abdalá". Hijo mayor del rey Hussein bin Talal, quien, a principios de 1999, ya muy gravemente enfermo y contrariando la voluntad de su mujer, la reina Noor, que deseaba tal designación para su primogénito Hamzá, concedió el reinado a Abdalá, falleciendo muy poco tiempo después. Fue así como Abdalá ocupó el trono, asumiendo su primo Hamzá la función de heredero. No obstante, semanas después, Abdalá nombró finalmente reina a su esposa Rania, lo que originó un rompimiento con la exreina Noor, que se marchó de inmediato a Estados Unidos.

Indudablemente, Abdalá es un rey absoluto, pero según Enric González, tiene "instintos moderados" y que, ante los conflictos surgidos en los países árabes, ha aprobado una reforma constitucional para alentar la democracia y la justicia social. Desgraciadamente, ninguna de esas medidas ha calmado el rechazo transjordano al comportamiento de la reina, a pesar de los esfuerzos de ésta para mejorar las condiciones de vida de las mujeres y niños. Pero ello se neutralizó al celebrar sus recientes 40 años mediante una fiesta desbordante para 600 invitados, con espléndida comida y bebida a destajo, lo cual ha incrementado la odiosidad que despierta en su pueblo.

Recuerdo que, años atrás, con mi mujer asistimos en Viena a la representación de la deliciosa opereta de Johann Strauss II, Die Fledermaus (El Murciélago), a la que también concurría, junto con las autoridades locales, el fallecido rey Hussein de Jordania. Y durante un entreacto, coincidí con él en el servicio como únicos usuarios. Ello motivó que nos saludáramos con una protocolar venia al abandonarlo.

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