Tribuna libre

DANIEL F. ALVAREZ ESPINOSA / HISTORIADOR

Queridos Reyes Magos

Aabriendo sus cofres le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra" (Mateo 2, 11). ¿Quienes fueron estos generosos personajes que, a escondidas de Herodes, partieron a adorar al Niño Jesús? Sabemos pocos datos. El Evangelio no concreta el número, ni sus nombres, ni tampoco el lugar exacto de procedencia, sólo alude a unos Magos que vinieron de Oriente. Posiblemente su origen fuese persa o asirio, sacerdotes venerados por su saber religioso y amplitud de conocimientos, que gozaban de gran influencia social como consejeros de gobernadores. La narración sigue el modelo de las infancias de los héroes antiguos: personalidades importantes llegan desde muy lejanas tierras para rendirle homenaje con motivo de su nacimiento. En Él se cumplen las profecías anunciadas en el Antiguo Testamento (Salmo 72, 10), unos reyes de Oriente le traerán regalos. Los primeros extranjeros en adorar a Jesús como Dios, Mateo convierte a estos Magos en símbolo del mundo pagano que reconoce a la nueva religión. La Epifanía se extiende por los confines del orbe y se anuncia la salvación a todos los pueblos.

Sus famosos nombres, sinónimos de ilusión para los más pequeños, se unieron de manera inevitable a su número: diversas fuentes señalan que eran 2, 4, 6, 12 e incluso más. Al final, el guarismo se identificó con los obsequios entregados al Niño: oro (por su realeza), incienso (divinidad) y mirra (humanidad); Jesús es venerado como Dios, Hombre y Rey. Además, simbolizan las tres edades del hombre: juventud (Baltasar), madurez (Gaspar) y vejez (Melchor). Y también, las tres razas: con ellos el Hijo de Dios es reconocido por todas las partes del mundo, los tres continentes conocidos hasta entonces: Europa, Asia y África.

El curso de la historia enriqueció profusamente sus figuras. Adquieren condición real para significar el sometimiento de la totalidad de los reinos a la realeza de Cristo, y subordinar a la magia, considerada una actividad oscura y pecaminosa. Acompañados de lujosos presentes y nutrido séquito (los esforzados pajes) como manifestación inequívoca de sus riquezas y poder, representados de manera exótica ataviados con capas y turbantes (para resaltar que vienen de Oriente), la tradición dicta que viajaron a lomos de camellos (no dromedarios). Adultos entrañables, inspiradores de abundantes creaciones literarias, gran parte de su encanto y fascinación se debe a que encarnan el indomable espíritu aventurero. Aparecen ya dibujados en los frescos de las catacumbas paleocristianas: tres individuos con vestimentas persas ante María y el Niño. Su azaroso devenir se pierde en la noche de los tiempos. Marco Polo relata que visitó sus tumbas en Irán. Siglos antes, la emperatriz Elena (madre de Constantino) cuenta que se hizo con sus cuerpos y los enterró en Constantinopla. Su hijo los regaló a su embajador en Milán. Y en 1164, Federico Barbarroja asaltó esta ciudad y se llevó sus restos a Colonia para convertirla en centro de peregrinación. Actualmente reposan en su catedral.

Felices Reyes Magos.

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