La esquina

josé / aguilar

¿Queremos ser ingleses?

ES impensable que en nuestro Congreso de los Diputados ocurra lo que acaba de ocurrir en la Cámara de los Comunes británica: que la iniciativa del primer ministro, David Cameron, de ir a la guerra en Siria sea derrotada porque voten en contra, además de los laboristas, nueve diputados liberales y, sobre todo, treinta diputados conservadores (el mismo partido del jefe del Ejecutivo).

Es impensable, pero muchos españoles empiezan a pensar que debería ser posible. Que conviene que lo sea y que sería más democrático que lo sea. El sistema político-institucional español lo impide. Por un lado, porque aquí la elaboración de las listas electorales corresponde enteramente a los aparatos de los partidos. Ir en una lista al Congreso o al Senado depende más que de ninguna otra cosa de la voluntad de los dirigentes, rotundamente propensos a premiar a los dóciles. No suelen premiar el mérito intelectual o la capacidad profesional, sino la obediencia a la cúpula. Obediencia que es acumulativa: te nombran porque eres fiel y manifiestas que eres fiel votando siempre lo que dicten los que te nombraron.

En Gran Bretaña, por el contrario, salvo en las circunscripciones electorales más seguras, los partidos han de presentar como candidatos a aquellos militantes más cercanos a los electores y con más tirón, que son los únicos que pueden garantizar la victoria del partido. Candidatos que, además, si son purgados por la dirección pueden presentarse como independientes y convertir su popularidad en acta de diputado, ya ajeno a la disciplina partidaria.

Influyen, por otro lado, el sistema electoral y el tamaño de la circunscripción. En España las listas son cerradas y bloqueadas, de modo que el elector vota unas siglas o, como mucho, un líder nacional, sin importarle los nombres concretos que configuran la papeleta elegida. Ni puede seleccionar unos u otros, ni los conoce en la mayoría de los casos ni tiene interés en conocerlos. En Gran Bretaña el sistema es uninominal -se vota sólo un candidato, y el que más votos obtiene se queda con el único escaño en disputa- y por distritos (entre 60.000 y 70.000 habitantes), de modo que los aspirantes han de trabajarse a sus vecinos, que los conocen, vigilan y piden cuentas, han de estar en contacto permanente con ellos y no pueden permitirse el lujo de votar en el Parlamento contra la opinión de sus votantes, por mucho que pretenda obligarles el partido.

Muchos españoles querrían ser ingleses. A la hora de votar, me refiero.

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