MANOLO Santander se ha ido como los grandes, sumergiéndose en su Caleta desde lo más alto del pedestal, para dejar flotando en el ambiente la musiquilla de su último pasodoble, que ya los aficionados no lograrán quitarse de la cabeza en mucho tiempo. Dueño del tarro de las esencias, le gustaba cocinar sus coplas como sus platos preferidos, sin artificios. A Manolo le bastaba una cabeza de corvina y una cama de papas con su sofrito y todo el jugo para servir la mejor mesa, igual que le sobraba con 50 euros para fabricar un tipo que ni pintao. La sencillez y su gracia eran sus aliadas para llegar directo al tuétano del asunto. Enemigo de los adornos y de los focos, contador de historias imposibles que te hacían reír hasta decir basta, el guardián del compás viñero siempre huyó de las modas y de las tendencias para rendir tributo a la raíz. Casi todos los artistas, llegados a su punto de madurez, suelen evolucionar con mayor o menor fortuna. Manolo lo hizo sin apartarse nunca de sus maestros. Su talento sólo era comparable a su facilidad para darse a querer hasta sin conocerlo, porque dejaba huella a su paso con su ingenio y su generosidad, de manera natural, sin dejarse tentar por nada ni nadie.

Casi sin querer, se convirtió hace tiempo en el rey del tres por cuatro gaditano, tan auténtico como chispeante e ingenioso. No hay chirigota más ajustada a los cánones clásicos por definición. Y siempre nos quedará ese legado que le permitió compararse con los más grandes para los que piensan que evolucionar es romper moldes sin ton ni son. Las agrupaciones más vanguardistas son capaces de meter en un pasodoble el anuncio del cola-cao y de improvisar en el popurrí, pero lo difícil es cantarle al Carnaval por derecho y sin concesiones a la galería, con una puesta en escena personal e imaginativa atendiendo únicamente a nuestros intereses, a la mirada más gaditana, sin academicismos ni formalismos estériles. Manolo Santander te pellizcaba con un lenguaje novedoso y vibrante, que abarca desde el tipo hasta la última de las cuartetas para reivindicar lo auténtico, lo que le ayudaba a proyectar, ya desde la presentación, unos personajes llenos de fantasía tan nuestros como la piedra ostionera. Y toda su apuesta estaría huérfana si no fuese acompañada de una música y unas letras audaces y unos giros armoniosos que logran unos cuplés para enmarcar y unos pasodobles redondos, de esos que en cuanto se cantan dejan de pertenecerle a la chirigota para formar parte del patrimonio gaditano. Manolo, paradójicamente, fue padre de una de las chirigotas más infinitas y renovadoras de la fiesta, renovadora porque canta lo que le parece evolucionando con los tiempos sin perder la autenticidad. Renovadora porque cantan siempre igual pero nunca canta igual. Renovadora porque cada nueva propuesta resultaba tan refrescante como la primera. Puro Cádiz.

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