Por los bloques

Óscar Lobato

Puntales como hipótesis

ARISTÓTELES decía que la ciudad perfecta no debía tener demasiados habitantes, "pues no es posible el orden en la multitud. Su número debe ser reducido, de modo que se conozcan entre sí".

Cádiz nunca ha sido muy de Aristóteles (como comparsista era chungo). Casi tres mil años lleva esta ciudad mirándose el ombligo y siempre habla de "cuantos más seamos, más cobraremos", el lema del nacional-carranzismo de cuerpo presente. Y como los dioses legaron la gracia a La Viña y el arte a Santa María; al Pópulo sólo le quedaron los arcos, y al Balón, ser filial del Cádiz, que ya es castigo. Únase esto a que el bar Rio Saja es para muchos una venta de carreteras (¡un saludo Pérez-Sauci!) y los barrios de Extramuros una mera hipótesis.

¿Existen mundos civilizados más allá de Puertas de Tierra? ¿Hay planetas en el cinturón orbital de San José?, se pregunta el gadita. Uno, con veinte años corriendo las calles de Puntales (por deporte, no por deber dinero a nadie) se percató pronto de que era algo diferente.

El sitio tenía connotaciones únicas. Era su sino. Nació, en el XVIII, lejos de la villa y sus primeros pobladores hincaron largos y apretados puntales en los fangos mareales, para sustentar sus casas. De ahí su nombre. Si alguna vez Cádiz se pareció a Venecia, no fue en los palacios de la calle Ancha; sino en el afán y la tenacidad de esos moradores.

La cercanía del fuerte les impuso una servidumbre militar; nada de obras de cantería, sólo madera. Si había guerra, las viviendas debían demolerse raudo. Y los de Puntales (de Cádiz al fin y al cabo) levantaron tablazones externas y edificaron con ladrillo por dentro. Ojos que no ven…

Puestos a abatir, Puntales supo librarse de ese cerco de aislamiento industrial que le impuso el franquismo, convertir a su fuerte en símbolo del barrio y sus vecinos se organizaron para lograr un entorno armónico.

Hoy parece un pueblito, recoleto y marinero, con personas que no actúan como zombies; un sitio donde pasear. La prueba: su Fiesta de los Cañonazos ha sido la atracción del estío. Un barrio, en fin, aristotélico.

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