Recuerdo que en un libro de Literatura de Bachillerato se hacía una reseña de Azorín en la que se destacaba que el escritor alicantino había defendido ideas anarquistas en su juventud pero que con el tiempo su pensamiento derivó hacia el conservadurismo. Y aquello me chocaba. No entendía cómo un hombre puede viajar en su vida cruzando de un extremo a otro en el mundo de las ideas. Lo entendí mejor cuando algunos años más tarde Felipe González defendió con vehemencia el mismo sí a la OTAN que años antes rechazaba puño en alto. Ahora sé que los viajes ideológicos existen, no me chocan pero me inquietan. Porque me pregunto por los principios, esa base inquebrantable sobre la que se asienta la personalidad de las personas, ese hilo de coherencia que cose el pensamiento con los actos y que tantas veces pierde puntada por intereses tan secretos como evidentes.

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