Presión policial

No creo que esté planificado, pero sí está en avanzado estado un proceso de desprestigio de la policía

En esta columna somos firmes partidarios de la policía. Por principio. Aunque luego, si los veo en un control, me sobresalte. Deben de correr por mis venas gotas de sangre romaní, porque la mera presencia de un coche de la Guardia Civil en la carretera me dispara las pulsaciones, compruebo el cinturón de seguridad, pongo los intermitentes, uno, otro, compulsivamente, adelanto frenando, me recoloco la mascarilla y realizo extraños de lo más sospechosos.

Aun así, ahora me inquieta mucho más el renombre y el prestigio de la policía. Temo que ser garantes de unas medidas anti-covid tan fluctuantes, con tan poco sentido común a menudo, tan irritantes y punitivas, esquivadas -cenas, mítines y viajes- por los políticos que las imponen, y tan ruinosas en lo económico no está ayudando nada a su imagen pública. Tampoco que los poderes públicos caigan en la tentación de usarles para su beneficio: escoltas exclusivas, por un lado y para un lado; más controles por otro y para el otro. A lo que hay que sumar el golpe letal a su prestigio en la línea de flotación de su trabajo propio: la laxitud legal con actividades ilegales y delitos, tales como delincuencia callejera, inmigración ilegal, okupación, menudeo, vandalismo, etc.

Necesitamos una policía prestigiosa y eficaz, porque se aproximan tiempos difíciles y es la garantía del orden público que permite la convivencia y la libertad. Pondré un ejemplo. El asalto a la sede Podemos en Cartagena es condenable sin resquicios, pero sería de una gran utilidad que cogiesen pronto a los culpables, por respeto a la ley, por supuesto, y para evitar las sospechas de uno u otro signo y todo tipo de tentaciones de aprovechar las aguas revueltas para ganancia de pescadores o para arrimarlas al molino respectivo. Un ejemplo más: una policía independiente que hiciese cumplir las normas anti-covid también a los poderosos y a los políticos, valga la redundancia, prevendría la creciente hartura de una población escamada.

No creo que esté planificado, pero está en avanzado estado un proceso de desprestigio de la policía. No podemos permitirnos caer ahí ni un poco, porque la policía en general no lo merece y, además, porque se trata de una institución básica en cualquier sociedad sana. No dejemos resquicios al desafecto, y no dejemos de exigir que no la distraigan de lo suyo de siempre, que es el trabajo eficaz, que previene males muy grandes.

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