De poco un todo

Enrique García-Máiquez

Premios, primas, príncipes

Lo más importante de los partidos de la selección ocurre cuando los jugadores saltan al campo. El resto es secundario. Algún mal pensado supondrá que lo digo porque entonces muchos se santiguan y elevan los ojos al cielo. Y eso está muy bien. Otro mal pensado sugerirá que lo siento así porque saltan todos los miembros del equipo, sean de la región que sean, unidos por una camiseta, un escudo, un himno…, y tampoco está mal. No se trata de mezclar el deporte con la política, sino al revés: de superarla.

Ganar, después, me resulta una cuestión menor, aunque, si me dan a elegir, lo prefiero. La derrota de la selección de baloncesto fue un poco más dolorosa porque se trataba de una competición oficial, en la que defendíamos el título y a la que la ausencia de Pau Gasol había dado un tono épico, como si los nuestros jugasen con una mano atada a la espalda. La derrota en Buenos Aires del equipo de fútbol, en cambio, ha sido casi gozosa (exagerando bastante). Era un partido amistoso y contra un equipo en español y necesitado de lamer sus heridas sudafricanas.

Pero, sobre todo, lo que ha hecho que esa derrota tenga un valor añadido es que ese mismo día habían concedido a la selección de fútbol de España el premio Príncipe de Asturias. Resultan muy incómodos esos galardones al rebufo de los grandes triunfos del momento. Si uno repasa el historial de los premios, se han dado en demasiadas ocasiones a deportistas que estaban en la cresta de la ola de su carrera. Premiar al que acaba de ganar es redundante. Con el baño de masas y de popularidad y de dinero y de primas y de contratos publicitarios y de halagos hiperbólicos y de homenajes, ¿qué necesidad había de darles más, ahora? El Príncipe de Beukelaer, que patrocina a Piqué, parece incompatible con el Príncipe de Asturias. O primas o premios, ¿no? Porque, ¿no será que el premio se premia a sí mismo con un galardón mediático?

El rey de los premios, el Nobel, no se concede a deportistas. Cierto que en literatura o ciencia también se premia a los triunfadores, pero los suyos son triunfos de largo aliento, normalmente oscuros o apreciados solamente por unos cuantos iniciados. El premio cumple entonces una función social importante, de altavoz de la ejemplaridad. El Príncipe de Asturias debería convertirse (el premio, digo) en otra cosa. No dejar que el medallero le marque sus fallos. Premiar a deportistas, sí, vale, pero cuando estén al final de su carrera, en el inevitable y triste declive, o a instituciones que luchen por el deporte de base, o a equipos de barrio, o a equipos o deportistas individuales que hayan sido derrotados, pero que hayan hecho gala de las virtudes deportivas en grado sumo. ¿Para cuándo un premio Príncipe de Asturias a algún deportista que haya sabido perder con una intachable clase? En una sociedad obsesionada por el éxito sería un revulsivo y una lección estupenda.

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