ACABO de volver de Grecia. Eso no es ninguna novedad, siempre estoy volviendo de Grecia. La novedad ha sido el recibimiento de los compañeros, familiares y amigos de aquí, y las preguntas repetidas sobre el desastre que está viviendo el país cuna de nuestra forma de ser, pensar y existir; sobre las manifestaciones y desórdenes; sobre la miseria que se ve por las calles; sobre todo eso que yo no vi. Sí vi la misma cantidad de gente sentada durante horas en las terrazas de la calle Adrianou de Atenas, charlando ante un café frappé e indiferentes ante el espectáculo cotidiano de la Acrópolis, allá en lo alto. Y sí percibí el enfado de todo un pueblo contra los prepotentes vecinos del Norte, y la indignación gritada por el dueño de un pequeño hotel en Santorini, pescador durante el invierno, contra sus gobernantes: "¡No son políticos, son niños!". Y los griegos saben de lo que hablan cuando hablan de política.