Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

AHORA que ya se ha demostrado lo equivocado de aquella esperanza que algunos proclamaban, la de que todos íbamos a salir mejores de esta pandemia, podemos asegurar que incluso algunos, o algunas situaciones, han salido mucho peores. Digamos que en general, todos seguimos siendo los mismos. Por eso llama tanto la atención que se escriba machaconamente en las últimas semanas sobre la pobreza de la clase política de este país, a raíz de la gestión que han hecho de la crisis sanitaria.
Antes de todo esto, una gran parte de la opinión publicada consideraba el futuro de este país en peligro si se dejaba en manos del gobierno de izquierdas. La verdad es que antes de todo lo que ocurra, para esos mismos, la izquierda es sinónimo de desastre. Es significativamente llamativa la cantidad de veces que se lee y se oye en los últimos tiempos la palabra "izquierda", asociada a algún calificativo normalmente poco favorable. Y cómo para toda esa gente la palabra "derechas" ha desaparecido de su vocabulario, como si hubieran también desaparecido de la realidad todos los poderes que la sustentan, tan grandes y ricos, y tan peligrosos como la peor izquierda.
Para entender la situación habría que partir de un axioma: la izquierda es tanto más peligrosa cuanto más se aparta de los principios teóricos solidarios que la hacen atractiva a tantos ojos, mientras que la derecha es más dañina cuanto más se aproxima a su ideología individualista.
Entonces, lo que convendría a cualquier país, a los ojos de este columnista invitado que como todos se siente en el lado correcto, sería que la izquierda practicara más los objetivos morales que proclama y que la derecha se descreyera más su concepto de libertad de mercado como principio regulador de todas las cosas.
Si mezclamos todo este batiburrillo ideológico con las lamentables pero naturales (para algunos, incontrolables) ansias de poder y riqueza del ser humano, la conclusión podría ser que no tenemos arreglo, y que los políticos de todo signo no serían más que una representación más evidente, y en muchos casos obscena, de nosotros mismos. Y lidiar con nosotros mismos, como ya sabían los clásicos, es lo más difícil.
Y dicho (soltado más bien) este discurso, a lo mejor la pregunta sería ¿dónde enmarcamos a personajes como Isabel Ayuso y su corte o Quim Torra y la suya? ¿Y en qué lugar colocamos a sus miles de seguidores, a sus pocos pero poderosos patrocinadores? ¿y a los que los jalean de manera ciega?

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