SI hay algo consustancial con el periodista en activo son las presiones. Sobre todo con aquellos que tratan temas más delicados o conflictivos, aunque en general el periodismo de cualquier tipo, si es bueno termina siendo merecedor de esos calificativos. De todo lo que se ha escrito y dicho sobre las innecesarias y sintomáticas críticas de algunos líderes de Podemos a periodistas, lo más acertado me parece lo que ha dejado en estas mismas páginas mi admirado Manolo Barea, que las considera como una medalla para el profesional. Es aquello tan viejo de que si el poder se molesta por lo publicado es señal de que el trabajo es bueno, y cuanto más se moleste, mejor es.

Naturalmente, esta afirmación debe fundamentarse en la honradez y verdad de lo publicado y tiene que llevar aparejado que el comunicador acepte también la crítica a su trabajo. Lo que convierte en innecesarios los ataques por parte de los políticos a la prensa en un país democrático es la inutilidad de tal proceder, calificable sin duda de rabieta infantil. Los representantes de los ciudadanos tienen su campo de batalla dialéctica en otro escenario, que no es otro que los parlamentos y los plenos de las diferentes corporaciones.

Debatir con un periodista o, peor aún, señalarlo y demonizarlo, no es tarea de un político que, si se para a considerar lo escrito o publicado, debe ser para tomar nota, puesto que en puridad y asumiendo que el trabajo se ha hecho con los principios de rigor y objetividad imprescindibles, una noticia, crónica o reportaje no pueden ser más que el reflejo de la realidad o de una opinión legítima. Por eso, a mi modesto parecer, descalificarlas de manera hostil es admitir falta de argumentos.

No se confunda todo lo anterior con la defensa del periodismo como un sector puro. Hay corruptos, cobardes, arribistas y resentidos como en todos los trabajos. Y probablemente, estos son los que más gustan al poder… cuando hablan el mismo idioma.

La vida de un periodista en busca de la verdad suele ser un eslalon gigante sorteando la autocensura, las presiones legítimas del editor, las personales de los jefes, las llamadas más o menos intimidantes de políticos, empresarios o sus sustitutos los gabinetes, por no hablar de los regalos golosos y los elogios interesados.

Y será que me estoy volviendo (a mi edad) mal pensado, pero me malicio que algunos de los que ahora se escandalizan han protagonizado más de una llamada a una redacción.

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