Ojo de pez

pablo / bujalance

Poder y cultura

LA semana pasada acontecieron dos episodios reveladores en cuanto a los pormenores de la política cultural. El mito de la Francia ilustrada se nos vino abajo cuando la ministra del ramo, Fleur Pellerin, admitió, como quien confiesa el calvario hemorroidal, que en los últimos años no ha leído un puñetero libro. La ínclita fue preguntada por Patrick Modiano, y, no conforme con soltar que nunca había leído a este señor (y en esto, la verdad, la comprendo; yo leí en su día En el café de la juventud perdida y me pareció un tostón; de tener que darle el Nobel a un franchute, cuánto más lo habría merecido Pierre Michon), continuó afirmando, así de resuelta, que en los últimos dos años sólo ha tenido tiempo para los cotidianos informes. Poco después, Jordi Savall, autoridad mundial en música antigua, renunciaba al Premio Nacional por el "menosprecio" que gasta el Gobierno de España para con las artes. Textualmente: "No puedo aceptar una distinción que proviene de un Ministerio responsable de mantener en el olvido una parte esencial de nuestra cultura, el patrimonio musical hispánico milenario". Ahí va eso.

Con respecto a Savall, no han faltado oportunistas que han vinculado su renuncia al 9-N, pero las explicaciones del músico aclararon que los tiros iban por otro lado. Es bien fácil comprobar cuántas orquestas sufren apuros muy dolorosos en España (tenemos un ejemplo cercano en nuestra Orquesta de Córdoba) ante un Ministerio de Cultura indiferente, que abandona a su suerte los consorcios municipales y autonómicos. Podemos concluir que, con la que está cayendo, los músicos y los escritores son lo de menos. De hecho, es un argumento recurrente. El mismo que desvela cuál es la cuenta que se quedó pendiente en la Transición.

Si tradicionalmente el poder se ha arrimado a la cultura para colgársela encima y lucirla en los salones, se supone que, en una democracia, la Administración asume responsabilidades en la materia para evitar que tanto la creación artística como su análisis, su crítica, su estudio y su disfrute queden en manos de las élites burguesas. Pero si quienes se ponen al frente son personas ajenas al medio, a quienes ni les va ni les viene, y que sólo gobiernan con criterios impositivos, lo que se termina logrando es justo lo contrario. Así sucede en Europa, donde la cultura podría ofrecer soluciones a sus problemas territoriales y sociales pero donde sale más rentable tener al personal embrutecido, ya que así resulta predecible. Nadie imaginaría un ministro de Economía sin tiempo para seguir la Bolsa. Pero si leer es prescindible, las personas lo serán después.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios