Hay quien mantiene que el pobre debe comportarse como exige esa máxima romana relacionada con la honradez de la mujer del César. O sea, que el pobre debe serlo y parecerlo. Quizás por eso hay personas que, desde su pontifical atalaya de superioridad, manifiestan su enfado cuando ven a un pobre, por ejemplo, con un móvil en la mano. Son generalmente los mismos que ven en los inmigrantes a gente peligrosa que vienen a quitarnos el trabajo, el pan, el sudor de la frente y lo que se les ponga por delante, en esa torpe retahíla de mentiras que acompaña cada multitudinaria patera que llega a nuestras costas. La pobreza es uno de los grandes males de la humanidad, de una sociedad cuya desigualdad va horadando sus distintas capas hasta inundar las más bajas, que viven ahogadas y presionadas. Y la lucha contra la pobreza consiste precisamente en lograr que salgan a flote. Aunque sea en patera.

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