Al curricán

José Manuel / Serrano / Cueto

La Plaza

UNA madrileña me dijo que le encantaba visitar la plaza de abastos de Cádiz, especialmente la pescadería, hábito que comprendí a la perfección porque lo comparto. En mis viajes intento hacer siempre dos incursiones: al mercado, en efecto, y al cementerio, porque tanto uno como otro dicen mucho de la idiosincrasia del lugar (el cuidado de la alimentación y la dedicación a los difuntos imprime nobleza). Cuando vengo a Cádiz, siempre entro en el mercado central de abastos, y también mi predilección se inclina hacia la zona de los pescados y mariscos, porque aquí el espectáculo es sin duda extraordinario (y no hace falta que estén los besugos disfrazados como en Tosantos). Aunque no me acaba de convencer el edificio moderno, sobre todo porque se puede ver desde afuera, rompiendo del todo el marco histórico del entorno, debo de reconocer que es amplio y cómodo para el visitante y presumo que también para los vendedores (al menos en comparación con los puestos de antes). En la pescadería uno puede admirar los cazones, los rapes, los peces espada o los chocos, las almejas escupiendo agua y los cangrejos intentado escapar en vano, aunque en ocasiones alguno ande a hurtadillas entre los pies de los compradores, buscando el mar por alguna parte, de nuevo para nada, chafado por algún zapato su destino... En los mercados, y el de Cádiz es especial en esto, se cuentan chascarrillos, males, buenas nuevas, convirtiéndose en una plaza donde se producen encuentros, reencuentros y hasta desencuentros. A veces, o al menos antaño, la plaza servía de escondrijo para ladronzuelos que escapaban de sus perseguidores y encontraban cobijo entre la multitud de gentes, pero también es propicia para que los gaditanos de todas las partes, extra e intramuros, se citen con la excusa de los mandaos; para verse aquellos que aún quedan en el casco antiguo con los que se fueran algún día a Puerta Tierra. En este sentido, hoy he oído en la plaza una frase antológica: "Chana, hija, desde que te pusiste la "chislaba" (así, con "s) no se te ha visto el roete", en alusión a la condición de beduina de la tal Chana. Merece la pena, sí señor, la vueltecita por nuestra plaza.

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