Cuando llegó al Ayuntamiento la primera corporación democrática tras la Guerra Civil, se encontró con que la plaza del Palillero se llamaba del General Varela y en el centro había una lápida de mármol en recuerdo del bilaureado militar. El Equipo de Gobierno formado por PSOE, PSA y PCE no sabía como resolver esta cuestión porque el alcalde Carlos Díaz era hijo de un oficial franquista. Esperaron a que estuviese fuera de la ciudad para retirar la placa en cuestión, teniendo que comerse el marrón el primer teniente de alcalde, Armando Ruiz. La librería Cerón, en la calle Columela, puso en su escaparate un retrato de Varela con un crespón negro.

Con el tiempo se puso a iniciativa de Rafael Garófano un recordatorio de que allí se exhibió por primera vez un cinematógrafo. Luego, en tiempo de Teófila, se colocó un busto en recuerdo de la escritora Mercedes Fórmica, que retiró el actual Equipo de Gobierno con la excusa de que lo habían quitado para una limpieza. Para dentro de unos días se anuncia la colocación de una placa en recuerdo de los carnavaleros represaliados por el franquismo. Como se puede observar, todo un carrusel de quita y pon según los vaivenes de quien manda. Las placas son la industria pesada de la ciudad, no hay manera de terminar esta antigua costumbre. De todos los tamaños y formas, con todo tipo de materiales, con textos largos o cortos, dedicadas a una persona o a un acontecimiento, un tipo que nació en la casa cuya fachada adorna o una reunión que allí tuvo lugar. En Londres, Madrid o París están normalizadas y se integran en el estilo arquitectónico de la zona. Se recuerda a quien sea que vivió , nació o murió con brevedad y estilo. Aquí se largan unas parrafadas morrocotudas solo comparables con la placa pret a porter, muy del gusto de la ciudad también. Cuando las ocho dan o das una placa o te la dan. Siempre hay motivos para endosarle una placa a alguien. Se recuerda mucho a un malogrado locutor recientemente fallecido que cuando decidió irse a un convento se organizó a sí mismo decenas de actos de entrega de placas.

Cuando se le hizo un homenaje a Emilio Aragón con motivo de su jubilación, José Antonio Valdivia tuvo el sentido del humor de regalarle un bote de Netol para que le sacara lustre a tanta placa. Ahora el Ayuntamiento pone por todos lados pero ha vetado que otros pongan las suyas. Un galimatías propio de una ciudad que no hace más que mirarse el ombligo. No resolvemos otros problemas pero nos liamos con las tonterías.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios