Crónica personal

Ana Sofía Pérez-Bustamante

Pilar Paz, en primavera

EL Centro Andaluz de las Letras homenajeó la semana pasada a Pilar Paz Pasamar. Era el ciclo Poesía de una vida. Y es verdad: desde Mara (1951) hasta Los niños interiores (2008), la poesía de Pilar se despliega con la autenticidad de una vida, su vida, en busca de un sentido que pasa por la belleza pero va más allá. En su primer libro era su voz la de una niña en busca de sí misma y su destino: "He abierto galerías profundas en mi alma/ y aún no llego a mi centro, ni llegaré a encontrarme". En Los buenos días (1954) tenía la avasalladora prisa del deseo total: "Quisiera ver por dentro de la vida./ Volverla del revés y ver lo que contiene,/ sacudirla en la orilla de un mar desconocido/ para ver lo que suelta". Un amor, una boda en provincias, un adiós a aquella niña: "Había una muchacha que aprendía canciones…/ Aquella, la muchacha, el ángel venturado,/ se llamaba esperanza y era la adolescencia./ Tras su cristal, el mundo casi no era este mundo…/ Aquello era ser sólo muchacha. Era ser libre,/ hecha de carne huidiza como la primavera" (Del abreviado mar, 1957). La soledad contigo (1960) canta, desde la posición de madre, las cosas y los flujos sentimentales del entorno doméstico: "La casa es como un pájaro/ prisionero en sí mismo…/ Casa nuestra, mi casa…/ ¡Cómo crecen sus filos!/ ¡Cómo crece la sombra/ de Dios aquí escondido!/ ¡Qué inevitable y fácil/ la soledad, contigo!". Años después, Philomena (1995) es una exaltación de la voz poética ("Cantar es lo que importa") y Sophía (2002) es la sabiduría, a la que se llega por la pérdida y el dolor (la muerte de Carlos, su marido), y con la que, domesticado el deseo, se divisa la tierra prometida: "Esta es mi luz, lítica cuna mía,/ tarde llego y despacio a acogerme en tus piedras,/ paraíso de grama, grazalumbre./ Al fin, la sombra en paz,/ la paz, la tierra…". Los niños interiores tiene un precioso epílogo en prosa donde resuena un Juan Ramón de madurez: "el día de mañana ya no existe… Contemplar y amar la vida por ella misma, ella, permanente y no ficticia, sobre nuestra disminución gloriosa, en los atardeceres sin ruido… Estado puro del sobrevivir sin soporte, oh, qué libertad extraordinaria, qué luz riquísima la del poniente, su asequible sombra hacia la que nos encaminamos desde el tiempo de nunca jamás hasta la primavera inmarchitable". Qué humana y hermosa, en el tiempo y más allá del tiempo, la poesía de Pilar Paz Pasamar.

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