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Piedras y espumas

Lo peor de viajar es que se percibe físicamente que estamos de paso y vamos corriendo

De viajar, las tres únicas cosas que me cuestan son salir, estar y volver. Por eso, si hay más o menos turistas a mi alrededor, es lo de menos. Incluso me sirve de terapia gracias al principio activo de "mal de muchos". Lo que me duele de estar es estar… tan por la superficie, incluso bajando uno, uno a uno, todos los escalones del Pozo della Roca, en Orvieto, a 63 metros de profundidad, y subiéndolos.

Por quedar tan a medias del todo, regresar resulta tan precipitado. Me gustaría quedarme para entender el monumento, vivirlo y conocerlo a fondo hasta ignorarlo con esa ceguera que da el amor cotidiano, que es mucho mejor que la venda esa de los cupidos cursis. Me pasa sobre todo con las iglesias. Como uno llega derrengado de dar tantas vueltas, su genuflexión es casi un ejercicio físico, con su pinchazo muscular, todo más gimnástico que devocional. No puede uno pararse a rezar con paz, y así no hay manera de echar raíces, porque se echan lentamente y de rodillas.

Pongamos la basílica de Santa Maria della Quercia, en Viterbo. ¿Será posible que no sepa si las dos esbeltas columnas de su entrada son restos de un pórtico que se cayó o una genial llamada a la verticalidad o una forma de sostener, visualmente, el peso de la fachada renacentista que cae por detrás como un telón de roca. Tampoco sé si "Quercia" es roble, encina, alcornoque, quejigo o carballo, pero qué bien esquematizada en la portada, detrás de una hermosa Virgen renacentista. Tampoco sé si la Señora se apareció en el árbol o el árbol es el escudo nobiliario de la familia que patrocinó el templo. Tampoco (y esto es lo peor) puede quedarme a escuchar misa allí, porque se nos echaba encima el horario.

¡Qué manera de pasar! Que nuestras vidas son los ríos se percibe mejor que en ningún sitio en las cataratas de impresiones y espumas de los viajes. Pero en el último momento, cuando miro por el espejo retrovisor, la esbelta figura de otra cúpula se pierde en el pasado, y me llega un consuelo más noble. "Si estos callan, gritarán las piedras", se dijo. En esas recias palabras arraiga mi esperanza. Yo me vuelvo al único sitio en el que sé estar, pero ojalá mi silencio y mi ausencia sirvan de caja de resonancia espiritual para el mensaje de esas piedras que volaron como pájaros ante mis ojos y que, sin embargo, ahí siguen, mientras me marcho, impertérritas, pulidas y doradas por tantas miradas que las rozaron.

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