Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Pekín

Los dos triunfos de España han sido en Asia. Éxitos separados por trece años de un recuerdo imborrable

Yo hago como el padre en la parábola del hijo pródigo, que todos los días se asomaba por si veía regresar a quien se llevó la herencia que le correspondía para dilapidarla en tierras extrañas. Todos los días me asomo al balcón de mi memoria por si veo regresar al padre pródigo. Aquel que me dejó su nombre, con el que firmo todo lo que escribo, como un usurpador de genes. Y ayer lo vi volver de forma nítida y venturosa cuando los gigantes de España celebraban en Pekín haberse proclamado campeones del mundo.

La otra vez que ganaron fue también en Asia, en Japón, hace trece años. Lo recuerdo perfectamente porque ese día fue el último que vi con vida al hombre con el que firmo mis escritos en los papeles. Curioso, porque me hizo futbolero sin fanatismos, me hizo madridista porque era madrileño. Nunca le oí hablar de baloncesto, me doctoró en los ríos, los quebrados, las comarcas, las capitales del mundo, la trigonometría y las esdrújulas. Como a mis hermanos, nos enseñó la magia del diccionario y nos escribía con una caligrafía impecable las primeras palabras de ese arcón de palabras. Todavía burbujean en mi memoria aquellos vocablos: ábaco, abalorio, abigeato, abigeo, acanto, acervo. Creo que nunca llegó a la b. La del básket y el baloncesto que me ha devuelto su estela. Soy el mayor de cinco varones y él fue nuestro seleccionador, cómplice de la manchega que le acompañó hasta las bodas de oro de aquel año 2006 desde que se casaron el año de los Juegos de Melbourne. En la calle jugábamos al fútbol a lo largo porque apenas pasaban coches. A lo ancho preferíamos el baloncesto y la canasta eran los ladrillos que adornaban las pequeñas ventanas de los cuartos de baño. Hubo un tiempo en que fuimos enanos y el cielo no estaba corrompido por amargas certezas.

Por eso ahora, al ver a mi padre cruzar de Japón a China en una canasta de baloncesto, acudo a mi argentino de guardia, Borges, samurái de los fiordos: "Esta noche puedo llorar como un hombre, puedo sentir que por mis mejillas las lágrimas resbalan, porque sé que en la tierra no hay una sola cosa que sea mortal y que no proyecte su sombra". Ganó España a cinco cipreses, cinco torres como Cortázar. Volví con Nicholas Ray a la primera película que vi en un cine, 55 días en Pekín. Cuando ser alto era una quimera y soñar y dormir eran la misma cosa.

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