¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Patria y comida

Por lo visto en los últimos días la comida ha pasado a la primera línea de la batalla cultural

En Francia siempre tuvieron mujeres más elegantes, amantes más imaginativos y políticos más perspicaces. Sobre esto último sólo hay que comparar a un líder comunista español como Alberto Garzón con el secretario general del PCF, Fabien Roussel, quien ha levantado ampollas entre el multiculturalismo galo por decir lo que a muchos nos parece una obviedad: que la carne, el queso, el vino y otras viandas son parte de la identidad francesa. ¿Se puede ser francés comiendo tofu y bebiendo rooibos? Sí, como ciudadano posmoderno y globalizado, pero no como enfant de la patrie.¿Podemos pensar en Francia sin visualizar el camembert, el champaña, los fruits de mer o el burdeos? Rotundamente, no. Tampoco podríamos separar el amor a España del apego a los chorizos de Candelario, las perdices escabechadas de Valladolid, los garbanzos de Escacena, la manzanilla de Sanlúcar, el queso de El Hierro, el clarete de Fuensaldaña, o las gildas de San Sebastián. Si al marido se le gana por el estómago, al patriota también. El condumio es parte hoy (siempre lo fue) de la política y la geoestrategia.

Es posible que gran parte de la crispación en la que vive actualmente el país se deba a la expansión cada vez mayor de unos hábitos alimenticios que pueden ser buenos para el cuerpo, pero muy malos para el alma. La quinoa y el muesli son tan corrosivos para la unidad nacional como Bildu. No hay mejor lugar para el diálogo y el encuentro, para el abrazo fraterno entre compatriotas de distinto credo, que una buena mesa bien surtida de viandas y morapios. Es difícil que brote la amistad sincera entre dos personas que se limitan a ingerir una ración de forraje empujada con agua mineral. Allí podrá haber respeto y salud, pero no amor. Sin embargo, cuántos sentimientos nobles y camaraderías del alma no surgen de esas sobremesas opíparas que se rematan con aguardientes, farias y vivas al santo patrón. El día que esto acabe habrá muerto definitivamente España, el viejo sueño de San Isidoro de Sevilla (quien, por cierto, dedicó no pocas páginas de sus Etimologías a la gastronomía).

Por lo visto en los últimos días la comida ha pasado a la primera línea de la batalla cultural. Pero no será esta una escaramuza entre derechistas e izquierdistas. Más bien, los bandos serán trasversales, como gusta decir ahora. ¿A quién se sentirá más cercano el comunista Fabien Roussel, al progresista canijo que masca alfalfa o al legitimista borbónico que se relame la sangre de un suculento solomillo? Cada vez es más difícil ser coherente con tu propio bando.

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