La tribuna

jaime Martínez Montero

Patología política

ES ya un lugar común el desapego de una gran parte de la sociedad con la clase política. Se trata de una situación que se ha intensificado en los últimos tiempos y que, en mayor o menor medida, afecta sobre todo a los dos partidos mayoritarios. Con todas las matizaciones y distinciones que se quieran hacer, se pueden establecer algunos rasgos comunes en el comportamiento de nuestros políticos, que pueden explicar en cierta forma alguna de las causas de tal desafección.

Hay una gran diferencia entre la forma de actuar de los políticos y la de las personas en sus relaciones sociales y en la forma de entender y transmitir lo que pasa a su alrededor. Una primera cosa que llama la atención es la seguridad y aplomo que emplea el político cuando quiere mantener una postura o una opinión en contra de las evidencias más flagrantes. Uno que sabe que se va a ir en días, afirma con rotundidad que va a acabar la legislatura. El otro, que tiene un pufo terrible debajo de él y que puede dar al traste con el gobierno y la legislatura, se queda tan tranquilo diciendo que eso no tiene importancia, y tacha de delincuente al que hasta hace unos días era una persona de su confianza. En ningún caso hay sombra de duda en su tono, ni la menor inflexión en su voz. Deben pensar que tienen alguna prerrogativa propia de Dios, que con su palabra creaba el mundo. Para el político lo que sucede es lo que él dice, y si no es ya encontrará la forma de salir del atolladero.

Las formas de relación pública entre los de uno y otro partido son difícilmente replicables en la sociedad. Es que si lo fueran estaríamos al borde del estallido social. No solamente descalifican lo que dice el otro, sino que lo hacen de la peor manera posible. Se destaca la equivocación o el planteamiento erróneo, y además se va mucho más allá: la acción política está guiada por el deseo de buscar el mal de los demás, el arrasamiento del jardín común, la explotación, la humillación, etcétera. En una palabra, les atribuyen las intenciones más perversas. El contrario nunca llevará razón, diga lo que diga. En todo caso, se le admitirá una pequeñísima e irrelevante parte de esta virtud que, como todos sabemos, fue tan mal repartida: a unos le tocó toda y a otros nada.

Sólo hay un momento en el que lo que dice el adversario político es no sólo razonable, sino palabra del Evangelio: cuando les da la razón a los rivales. Así, si Felipe González, por ejemplo, dice que alguna decisión de su partido es errónea, o acertada la del otro partido, entonces no solamente está hablando la verdad más absoluta por su boca, sino que esas palabras emanan del manantial de la sabiduría. Cuando las opiniones y los juicios del político opositor son de este tenor, todo se da por bueno. No se analiza lo dicho con el fin de encontrar debilidades, no se pasan las afirmaciones por ningún filtro crítico y se esfuma como por ensalmo la parcialidad propia del militante.

La postura de la oposición política, esté donde esté y con las matizaciones que se quieran, recuerda a lo que decía Don Quijote. Si su empeño salía bien, se debía a la fuerza de su poderoso brazo; si no, era debido a las malas artes del mago Frestón, grande enemigo suyo y eternamente malquistado con él. Así, si las decisiones que tomara el poder fueran mal, siempre se dice que, claro, ya se le avisaba de que lo que había que hacer era lo que predicaban ellos. Y si bien, siempre se puede argüir que hubieran salido mucho mejor de haber aceptado alguna de las propuestas que hicieron en su momento. Sea como sea estamos ante una situación incontestable, porque el tiempo no da marcha atrás y nunca se podrá saber si las alternativas que se propusieron conseguirían mejores o peores resultados que las que se ejecutaron.

Los programas se suelen convertir en la excusa, la tapadera moral de la acción política. La principal guía del partido del poder es volver a ganar las elecciones. Se hace aquello que se cree que va a dar votos, y no se hace, o se camufla, lo que se piensa que los va a quitar. Si esa forma de actuar casa con el programa político, la nata sobre la torta, y si no, pues peor para el programa. Un dicho de los periodistas es que nunca dejes que la realidad te estropee una noticia de alcance; en el caso de la política, no permitas que la realización de lo que has prometido en tu programa te impida ganar las siguientes elecciones.

De la misma forma actúa la oposición. Pone en marcha todo aquello que piensa que debilita al contrario y los acerca al poder. A veces sostienen puntos de vista diferentes a su programa y a su ideología si con ello hacen daño al contrario o lo dejan en una posición difícil. Hacen promesas y ofrecen alternativas que de ninguna manera desarrollarían en el caso de que alcanzaran el poder. Es que no se trata de hacer eso porque sea mejor para los administrados, sino de emplear las propuestas como un arma de desgaste y de desocupación.

Y así nos va.

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