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Pata y babetazo

En la moviola se ve claramente que es Pedro Sánchez el primero que mete la mano para saludar

Pensaba disculpar la metedura de pata de Pedro Sánchez y señora, poniéndose a saludar con los Reyes, contra el protocolo. Mi empatía era lógica (¿'empatía' vendrá de 'pata'?). Yo he metido patas incontables. Hace nada le planté dos besos muy efusivos (como si fuese una veraneante recién llegada de Madrid a la que no veía en once meses) a una señora inglesa que ni me conocía ni se los esperaba. A cambio, hace mucho años, fui a una fiesta en una casa tan elegante que, cuando me despedía, a la madre de las anfitrionas le solté un beso en la mano que dejó patidifusos a todos los presentes. Podría seguir.

En el caso de Sánchez y señora, además de que las patas están para meterse y luego sacarse, cabe la disculpa de que estrenan, como quien dice, la dignidad y eso desconcierta mucho. Por otra parte, seguro que en otro tipo de recepciones, ellos saludan junto a los Reyes, siempre que no sean en casa de los Reyes, claro. En fin, que se confundieron y ya está.

Está dando un poco de juego a los freudianos de salón que ven un lapsus republicano, pero eso también es un poco ridículo. Lo único que tiene auténtica gravedad es la mentira que están intentando colar desde La Moncloa. Dicen que Sánchez y señora no se pusieron ahí para saludar, sino para echarse una foto, y que fue Pastor la que metió la pata metiendo la mano para estrechársela al presidente. Ya, ya. Esta mentira da vergüenza ajena y más. Sólo hay que revisar el vídeo para ver que se colocan a posta para saludar, muy alineados. Y Pedro Sánchez le saca la mano primero a Ana Pastor. En la moviola no hay duda. También la rauda intervención del espantado asistente y el desconcierto de los Sres. Sánchez. Ya no sé si se ve o imagino yo una risita por lo bajini de Ana Pastor.

El babetazo es una cosa infinitamente más seria que la metedura de pata, y todavía peor es el intento de cargarle el muerto a Ana Pastor, cobardemente. Un presidente de Gobierno que miente de esa manera, negando la evidencia, preocupa. Por él, y por el síntoma social. La mentira se ha impuesto de tal modo que ya vale hasta de excusa apresurada, sin tomarse la molestia de que vaya o no a resultar verosímil.

¿Tan engreídos están que no pueden asumir una humilde metedura de pata? ¿Tan seguros de su poder que pueden mentir convencidos de que no nos van a convencer, pero sin importarles en absoluto, porque la verdad, en lo que a ellos atañe, qué importa?

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