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Paseos por Lisboa

Por la Praça do Comèrcio entró el rinoceronte 'Gada' que luego dibujaría de oídas Alberto Durero

Llego a una Lisboa hospitalaria y fría buscando el antiguo atraque del Tajo, la vasta escalinata entre columnas, que aún puede verse orillando la Praça do Comèrcio. Por ahí entró, en mayo de 1515, el rinoceronte Gada, regalo del sultán de Guyarat a Manuel I de Portugal, que fue recibido por una multitud curiosa y expectante. Es el mismo animal que luego dibujaría de oídas Alberto Durero, y que el rey puso a combatir con un elefante, sin mucho éxito, siguiendo las enseñanzas poco fiables de Plinio el Viejo. A unos metros de allí, pero unas décadas más tarde (era junio de 1581), Felipe II verá un viejo galeón varado, el Cinco Llagas, con cuya madera mandaría construir, pasado el tiempo, su propio ataúd.

Todo eso ocurre en los antiguos predios del Palacio da Ribeira, destruido por el formidable terremoto de Lisboa, el primero de noviembre de 1755. Como es sabido, dicho terremoto vino acompañado de una ola gigante (la misma que llegó a la calle de la Palma en Cádiz) y de un posterior incendio, causando una devastación que podemos conocer por las ilustraciones de Jacques-Philippe Le Bas en 1757, "abertas a o buril em París", pero "debuxadas na mesma cidade". Sobre ese trágico empedrado alzará el marqués de Pombal, por orden de José I, la Lisboa que hoy conocemos. Una Lisboa que alberga una moderna idea de perdurabilidad, urgida por su desgracia, pero también por dos recientes sucesos: la erupción del Vesubio de 1737 y el descubrimiento de Pompeya en 1748, que vino promovido por el rey de Nápoles, el futuro Carlos III de España, y cuyos hallazgos instigarían tanto el gusto neoclásico como la literatura histórica, vale decir, el interés por el pasado que abrumará al XIX.

Es en los graves pórticos dieciochescos de la Praça do Comèrcio, obrada sobre el viejo Paço da Ribeira, donde Pessoa resguardará su soledad en las mesas del Martinho da Arcada. No lejos de allí, probablemente, Pessoa se ha reunido con Aleister Crowley para determinar una cifra cabalística del mundo. Pero es en las alturas de la ciudad donde se resume otra cifra capital de la Lisboa romántica. Más allá del mirador de San Pedro de Alcántara, el Jardín Botánico se derrama sobre una acusada pendiente. Fue allí, a primeros del XX, entre la fresca umbría de la arboleda, donde Eugenio d'Ors concibió su idea de lo barroco. Esto es, una idea donde lo exótico y lo ingobernable, donde las fuerzas de la naturaleza, pactaban una decorosa tregua con la inteligencia humana.

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