El Alambique

manolo Morillo

El Parlamento

NO me estoy refiriendo a ese grandote de los dos leones con los conlindrones colgando, no. Tampoco quiero hacer alusión sobre el que tiene nombre de balneario -San Telmo por más señas- y que se ubica en el centro neurálgico de Híspalis o Serva la Bari que, como ya habrán podido apreciar posee nomenclaturas varias a gusto de cualquier consumidor cultureta de los que suelen merodear por la capital del Susanato. Ni por supuestísimo se me ha pasado tan siquiera por la mente referirme a ese bodrio de salón de plenos engendrado dentro de las mentes calenturientas de unos arquitectos de esos de la escuela de Bauhaus que aterrizan de vez en cuando por El Puerto, que nos dejan su impronta garrapatera, y que luego salen cagando leche esmerilada con los bolsillos llenos y revoloteando cual gaviotas de la bajamar alteradas por la humedad del ambiente.

El parlamento al que yo hoy quiero rendir pleitesía es el de la calle, el más sabio de todos, el más puro cuando no está manipulado por los cuatro mediopensionistas con galones de mentirijilla que por lo general ni comen ni dejan comer.

El parlamento al que yo hoy quiero rendir pleitesía suele ser por desgracia el que menos cuenta para quienes rigen nuestros destinos, aunque ya parece que lo van mirando de reojo y poniendo sus barbas en remojo por lo que pueda pasar.

Dicho lo dicho tenemos en El Puerto un lugar muy singular, muy porteño, muy nuestro en los alrededores del muelle de San Ignacio, al ladito mismo de donde solía atracar esa nave con nombre de emperador que malvive ahora arrumbada por la ribera del Guadalete hasta sabe dios cuando.

Pues resulta que en ese lugar junto al muelle del Vapor, en un banco junto al cantil del río es donde se reúne diariamente el parlamento del pueblo formado por hombres de la mar, de las bodegas, de los oficios perdidos, hombres de la calle en definitiva que ponen en solfa el estado de la ciudad sin ningún tipo de zarandajas y sin que nadie tenga que agachar la cabeza por lo que allí se dice.

Eso sí, el más veterano de todos, el mayor de la partida siempre tiene la última palabra, como debe ser. Alguno debería tomar nota.

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