EL ALAMBIQUE

Francisco / Lambea

Paradojas veraniegas

ESTE verano viene incorporando diversas paradojas y uno, que, quizá por la edad, tiende a reducir sus dosis de corrección política, no hace sino reparar y cavilar sobre ellas. Uno de los aspectos de mis reflexiones estivales lo constituye el Adriano III. El Vaporcito era esa embarcación en la que el cariño resultaba inversamente proporcional al uso: conforme más la querías menos te montabas. Al Vapor le sucedía como a Adolfo Suárez cuando puso en marcha el CDS: todos le respetaban y reconocían, unánimemente se admitía su carisma, pero votarle, lo que se dice votarle, no le votaba prácticamente nadie. A mí me resulta llamativo, por ejemplo, que cuando la Junta cerró Telepuerto, esa televisión que nadie veía pero sintonizaba todo el mundo, no hubiera declaración política alguna, ni de unos ni de otros, ni respuesta pública de colectivos, que ahora acuden raudos a ensalzar un medio de transporte absolutamente legítimo, pero que los entonadores del pasodoble de Paco Alba dejaban cada día a sus espaldas para encajar las augustas posaderas en el tecnológico catamarán. Igualmente, me ha sorprendido esa recepción que los ex trabajadores del Hotel Monasterio, a quienes deseo lo mejor, depararon al viceconsejero de Turismo, Antonio Roldán. Aquello resultó una especie de Bienvenido Míster Marshall a un responsable autonómico que se limitó a mostrar su ánimo, emprendiendo después el clásico fuese y no hubo nada. Me pregunto qué habría ocurrido si el viceconsejero hubiese militado en el PSOE (no digamos ya en el PP) y se encajara en el exterior de las dependencias hoteleras para retornar al despacho sevillano con el bagaje de tan moral como estéril auxilio, previa conversación de cinco minutos con los afectados.Las banderas azules, esa distinción tan crucial cuando se recibe como relativa cuando se pierde, suponen otro de mis puntos de análisis. Ustedes disculparán, en fin, esta propensión reflexiva estival, tan impropia. Más me convendrá obviar tales provocaciones epistemológicas y dejar mis neuronas acunadas al ritmo de la canción del verano, aborregadas en la siesta, ese patrimonio inmaterial de la humanidad.

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