Como en mi infancia no hay recuerdos de un patio de Sevilla ni hay huerto donde madura el limonero, y ni mucho menos alcanza la memoria a dar tono poético a aquellos primeros tiempos, los recuerdos de la niñez se limitan a los paseos en el Cochecito Leré, a algún partido suelto con pelota de trapo en la plaza de Mina y, sobre todo, a aquella costumbre tan extendida entonces de acudir a la plaza de España y comprar maíz en el vetusto carromato de madera para dar de comer a las palomas que, si se tenía paciencia, llegaban desde sus palomares a posarse en manos y brazos para picotear el grano. La escena, actualmente impensable, contrasta con las medidas que se piden por la sobrepoblación de unas aves que muchos detestan y que otros defienden. Ya no son bien vistas las palomas, aunque sean buenas mensajeras y representen la paz. A este paso no van a quedar ni las palomitas del cine.

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